El barril de amontillado

Un Blog de Juan Granados. Algunos artículos y comentarios por una sociedad abierta.

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domingo, febrero 26, 2006

Out of Africa



"Dennis me regaló una brújula. Para que no perdiera el rumbo, me dijo. Más tarde me di cuenta de que ambos navegábamos por caminos diferentes. Quizá él sabía, aunque yo no, que la tierra es redonda para que nunca podamos ver con certeza lo que nos depara el camino.” (del guión de “Memorias de África”)

Ocurrió por casualidad, no me había planteado verla de nuevo, sin embargo al escuchar aquel especie de introito: "Yo tenia una granja en África a los pies de las colinas de Nong..." supe que, inevitablemente, iba a pasar un buen rato atrapado por la pantalla. La historia africana de Karen Blixen-Isak Dinesen bien merecía la pena, un edificante compendio de valor, arrojo e independencia concentrado en 145 minutos, que tal vez deberíamos regalarnos más a menudo. Siempre he pensado que Sydney Pollack sabe bien lo que se hace, no pasa por creador vanguardista, ni siquiera innovador, supongo que es por lo de siempre, si un director evita castigarnos con filmes agónicos, feos, lentos, raros y punto incomprensibles, nunca será aceptado por la intelligenzia. Peor para ellos, Sydney, compañero de salidas nocturnas de Woody Allen, seguirá a la suya, contando buenas historias que es lo que deben hacer los intelectuales sin extraños complejos. Supongo que por eso decidió llevar al cine la fresca y sentida literatura de la Dinesen. No es precisamente el único, Mario Vargas Llosa, que, como es sabido, no se caracteriza por querer contentar a todo el mundo y suele hablar bien clarito a quien quiere escucharle, también admira a la valiente danesa, en la creencia de que la tarea principal del escritor, por muy loable que resulte conmover conciencias o explorar las posibilidades del lenguaje, es interesar y entretener a quien pasa el trabajo de leerle.
Y es así que admirando, quizás por cuarta o quinta vez, la poética determinación de Karen, la gentil baronesa plantadora de café, la liberalidad de su cortés y desahogado marido y la generosa independencia del cazador que se llamaba Dennis Finch-Hatton, disfruto como un zuavo ebrio de tan edificante canto a la libertad. Es entonces cuando se me ocurre que si este gobierno ingerente y totalizador decide por fin obligar a sus residentes más jóvenes a cursar ese trasunto de adoctrinamiento camboyano que quiere llamarse “educación para la ciudadanía”, debería al menos permitir que los más sagaces de sus profesores utilizasen en sus clases material competente como el visionado de “Memorias de África”, tal vez así, tras su amable contemplación; “por la cándida adolescencia” solía brindar Isak Dinesen, nuestros infantes comenzasen a sospechar que, a pesar de lo que se les cuenta por todas partes, el trabajo constante, el saber levantarse tras los reveses y el no esperar nada de nadie, viviendo honradamente de lo que uno mismo es capaz de ganarse, son valores imprescindibles para caminar con cierto decoro por la vida. Pero claro, sería mucho pedir a los guardianes de este Estado opador y vigilante de las costumbres, que de un tiempo a esta parte, todo lo llena y todo lo embarga, derramando fortuna y subvención sobre todos aquellos que les sirven bien.

domingo, febrero 12, 2006

El apaciguamiento


Es horrible, increíble y fantástico que tengamos que cavar trincheras y preparar las cámaras antigás a causa de una disputa en un país lejano entre pueblos de los que no conocemos nada (...) No titubearía en hacer una tercera visita a Alemania si creyese que ello podía rendir algún bien

Neville Chamberlain, premier británico. Alocución radiada, 27 de septiembre de 1938
En el otoño de 1938 Neville Chamberlain regresó a Londres tras la conferencia de Munich convencido de que las concesiones que venía de otorgar a Hitler serían las últimas. Aquel pacto firmado por Hitler, Mussolini, Daladier y el mismo Chamberlain supuso la última y más brillante escenificación de la “política de apaciguamiento” a través de la cual las naciones vencedoras en la I Guerra Mundial aspiraban a sosegar el belicismo de las potencias del Eje. La idea era muy simple, saciar a la fiera fascista a través de cesiones y transigencias de aparente levedad, como el Anschluss sobre Austria o la invasión alemana de los Sudetes checoslovacos, a fin de evitar una nueva contienda a escala global. El resultado es conocido, Hitler y sus aliados interpretaron el pacifismo franco-británico como una debilidad más del sistema liberal-burgués y, en consecuencia con sus apresuradas impresiones, la invasión de Polonia no se hizo esperar.
Recordando estas cosas, uno encuentra más de una similitud entre borrascosos pasados y preocupantes presentes. Parece Rodríguez Zapatero muy ufano con sus pactos y sorprendentes cesiones a los movimientos centrífugos nacionalistas. Si el estatuto catalán supone ciertos desarreglos con respecto a la solidaridad entre comunidades autónomas, siempre puede argumentar que si no fuese por sus hábiles y eufemísticos recortes la cosa hubiese sido peor, si se conculca de forma sistemática la libertad de expresión y aprendizaje del Español materno a los propios, todavía, españoles, cabe decir que se trata de “hechos aislados”, si, en suma, se pacta el fin del terrorismo vasco a costa de la desesperación de las víctimas y previo asiento y acomodo en la sociedad de los que no han hecho otra cosa en la vida que diseminar fríamente el horror, siempre se puede argumentar que se trata de un pequeño sacrificio en aras de la paz perpetua.
La pregunta es, ¿y si, visto lo conseguido, al nacionalismo hegemónico no le parece oportuno quedarse ahí?, ¿y si comienza a demandar plena independencia?, ¿qué ocurriría si el gobierno provisional vasco exige, además, la cesión de Navarra, su particular Polonia?, ¿qué hará entonces nuestro émulo del elegante Chamberlain? Sólo cabrán dos soluciones, que Zapatero se marche para que otro ocupe su lugar y plantee una resistencia democrática y sensata al estilo del viejo Winston Churchill, We never surrender, o bien se ceda de forma completa y absoluta a las muy cansinas y perennes demandas nacionalistas. Al fin, si se piensa despacio tampoco resultaría tan grave, la nación catalana se convertiría en una próspera república comercial con ciertos deseos expansionistas sobre Valencia y Baleares, y en cuanto al País Vasco, ¡ah amigos!, será bonito de ver a tanto equidistante cliente del PNV sorprendido de contemplarse a sí mismo vistiendo pijama y dirigiéndose al trabajo en bicicleta, bajo las estrictas ordenanzas del politbureau de la república popular de Euskadi formado, a aquellas alturas, por esos despiertos prodigios de la buena política y mejor gobierno que hoy aguardan, también muy ufanos y ya sentados bajo el mismo zaguán de la puerta con el petate liado, su prematura salida de la prevención.