El barril de amontillado

Un Blog de Juan Granados. Algunos artículos y comentarios por una sociedad abierta.

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sábado, octubre 22, 2005

Tristes Trópicos, un homenaje a Antonio Escohotado




“No veo, pues, que haya sido superado el prejuicio que concede a los regímenes definidos, en pura teoría, como progresistas, una inmunidad especial, que les dispensa, a la vez, de la democracia, del respeto de los derechos del hombre y de asegurar la subsistencia de los súbditos” ( Jean-François Revel: El conocimiento inútil)

Disfruto de unos días de semi-asueto en los que me hubiera gustado escaparme a Málaga a empaparme con ganas del ambiente de procesiones, viznaga y pescaíto frito, mirando mucho y pensando lo imprescindible, como solía hacer en la primera juventud. Pero no, esta vez me he quedado varado en casa y aunque sea por un buen fin, no puedo evitar un punto de melancolía que procuro empañar con algo de bossa-nova de fondo, un chorrito de buen whisky con cola y la lectura activa del último libro de Antonio Escohotado. Sesenta semanas en el trópico que es como se ha dado en llamar su última incursión literaria, merece una lectura pausada y liberada de obligaciones acuciantes. La verdad, nunca consigo obtener del todo ese estado prenirvánico, mas bien leo a salto de mata y cuando nadie me echa en falta, cosa que ocurre sólo en los tiempos muertos del día o cuando, por fin, todo el mundo se va a dormir, pero aún así disfruto enormemente de los párrafos que voy pudiendo leer casi clandestinamente. Con los ensayos y, ahora, diarios de Escohotado me ocurre lo mismo que con las novelas de Juan Marsé, los siento tan cercanos como si nos hubiésemos criado en el mismo barrio y hubiéramos recibido juntos las primeras letras, justo lo que no me ocurre tan a menudo con los que de verdad compartí esas circunstancias, hecho que confirma, por fortuna, que el pensamiento es libre, no tiene edad ni, por suerte, patria alguna, aunque tantos aquí y allá se empeñen en que uno debe pensar de tal o cual manera porque “pertenece a un grupo por nacimiento”, como si alguien tuviese el poder de elegir desde el mismo seno materno donde nacer, o su credo o la necesidad de poseer algún credo en especial. Lo que no es más que una “bagatela ilustre” como dejó dicho Voltaire, aunque muchos se ocupen de mantenerla, supongo que para conservar algún medio de vida disfrazado de ideales, en efecto, más cornadas proporciona el hambre que la poca vergüenza. Espinoza y Kant ya nos instruyeron con suprema honestidad de las ventajas de mantener la razón como única guía de pensamiento, pero un vistazo a los periódicos demuestra que seguimos sin hacerles el más mínimo caso, encomendando nuestras almas a todo cuanto gurú, santón o iluminado nos quiera convertir en dócil grei para, en el mejor de los casos, aligerarnos la cartera y en el peor conducirnos directamente al matadero, véase sino esa especie de Fort Apache en que se ha convertido nuestra Base España de Diwaniya.
El caso es que al bueno de Escohotado, entusiasta del cáñamo, se le ha dado esta vez por emprender un largo viaje a indochina con ocasión de un año sabático. A Escohotado lo supongo un tipo avisado y nada cándido, marchó a Tailandia con el corazón un poco roto por un reciente divorcio, cargado con su portátil, unos cuantos libros de economía política y el imprescindible CD de la Britannica en la mochila, amén de su nueva pareja y el retoño fruto de ese gratificante amor tardío. Supongo que también preparado para las previsibles incomodidades tropicales. Sin embargo, parece que Indochina superó todas sus expectativas sobre lo que podría allí encontrarse un honesto intelectual occidental. Amén de un clima infernal, donde si no te mata la bronconeumonía ocasionada por el aire acondicionado, lo hace la humedad del monzón permanente que favorece que hongos como melones germinen en la ropa que guardas en el armario, lo que más sorprendió a nuestro filósofo es que, debido a su piel blanca, se había convertido inevitablemente en un “Farang”, nombre que los Thai aplican a todo occidental, aunque originariamente debe provenir de farangset o sea français. Un Farang es en indochina una especie de imbécil rico que debe mantener una inflexible “cortesía con el nacional” que implica, entre otra lindezas, pagar entre tres y seis veces más que un tailandés por cualquier servicio, léase hotel, taxi, litro de gasolina o una simple cerveza. Esto, que puede resultar enojoso unos cuantos días de vacaciones se vuelve insultante si uno se ha de pasar un año en el trópico, lo que unido a la contemplación de gente occidental obesa y triste en busca de niñas prostituídas sin compasión, o la certeza de que hasta los monjes budistas, cuyo mayor deseo debería ser según su credo ni siquiera haber nacido, llevan siglos fomentando la construcción de inmensos palacios-templo para su propio solaz, le vuelve a uno nihilista en el trópico, convenciéndole, de paso, que sólo democracias razonables, unidas a una cultura que merezca tal nombre, pueden cambiar las cosas en el mundo. Tiene gracia comprobar qué pocas cosas han cambiado desde que el bueno de Claude Levi-Strauss, harto de la sociedad occidental, marchase a convivir con los indios Nambiguara de Brasil, a la vuelta, horrorizado del comportamiento de sus amigos selváticos, quiso llamar Tristes Trópicos a su trabajo de campo. En este sentido, nada nuevo bajo el sol.


abril de 2004

1 Comments:

Blogger AMDG said...

Yo también me curé de exotismos viajando a Tailandia. Me parece mas exótico viajar por España y por Europa.

Recuerdo un artículo de Escohotado en que refutaba las pretensiones de los progres flagelantes que insisten en el racismo blanco. En España no le cobramos el doble a los inmigrantes que a los nacionales por un café.

4:03 p. m.  

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