Para mi querido Woody
Si Jefferson y monsieur de Tocqueville levantaran sus nobles cabezas
“Entre las cosas nuevas que durante mi estancia en Estados Unidos llamaron mi atención, ninguna me sorprendió tanto como la igualdad de condiciones. Sin dificultad descubrí la prodigiosa influencia que este primer hecho ejerce sobre la marcha de la sociedad, pues da a la opinión pública una cierta dirección, un determinado giro a las leyes, máximas nuevas a los gobernantes y costumbres peculiares a los gobernados” ( Alexis de Tocqueville. La democracia en América )
Para los que desde siempre veneramos el semanario New Yorker donde, como es sabido, escriben con regularidad los tipos más listos y más divertidos de la costa este, desde Woody Allen hasta el paleontólogo recientemente fallecido Stephen Jay Gould, a menudo con el único y loable fin de convertir en pasables los arduos domingos del procomún, resulta duro, pero edificante a la vez, que su editor halla dado un paso adelante y se atreviese a publicar al alimón con la agencia Reuters las fotos de la ignominia general practicada por los soldados-carceleros de la prisión preventiva de Abu Ghraib. Así, nos vamos enterando con desagrado y asco que bajo las órdenes pusilánimes de una tal general Janice Karpinski forzada tal vez por el consejo de ese guantanamero con alma de doctor Menguele llamado Geoffrey Miller y seguramente con la anuencia del siniestrísimo Donald Rumsfeld y la de su patrón George W. Bush, se ha torturado sin compasión alguna a todo cuanto preso iraquí tenía la desgracia de caer en sus sangrientas manos. No diré nada sobre los malos sentimientos y la cruel torpeza de estos individuos, tampoco de su coeficiente intelectual, baste decir que a la soldado Lynndie England, protagonista miserable de algunas de estas fotos, sólo se le ocurrió decir como trasunto de explicación: “Creíamos que se veían graciosos así que les tomamos fotos" ¿Pero de dónde diablos han salido estos tipos? No extraña que el padre del infortunado Nicholas Berg, el civil estadounidense al que otros individuos igual de simpáticos le rebanaron el cuello sin compasión ante las cámaras, diga desde su profundo dolor que los Estados Unidos han sufrido un golpe de estado incruento y sordo, gracias al cual libertad y justicia se han convertido en meros discursos verbales desprovistos de todo sentido y alejados de cualquier realidad.
Y uno que en el fondo cojea de cierto romanticismo y procura repensar la historia siempre que le viene al paso, se acuerda hoy de una fecha. Fue el 12 de junio de 1776 cuando los patriotas norteamericanos, liderados por el generoso pensamiento de Thomas Jefferson, se dotaron a sí mismos de la carta de derechos de Virginia, madre de todas las constituciones que vinieron después, incluída la francesa. "Todos los hombres han sido creados iguales" redactaba Jefferson entonces, para señalar luego que estos mismos hombres "recibieron de su Creador ciertos derechos inalienables, entre los cuales están la vida, la libertad y la búsqueda de la felicidad". Aquellas palabras señeras puestas sobre papel por los virginianos resultaron ser el aldabonazo de partida para todos aquellos que sentían como ética necesaria la defensa de la dignidad y la libertad del hombre. No se quedaron ahí, el mismo Jefferson, junto con Washington, Adams, Franklin y los demás, se ocupó, a la vez que tenía no menos de siete hijos con su antigua esclava Sally Hemings, de propinar conveniente carpetazo y una por una a todas las lacras del Antiguo Régimen: instauró el hábeas corpus, a Rumsfeld no le vendría mal recordarlo, hizo eliminar de los presupuestos estatales las dotaciones destinadas al clero, declaró anticonstitucional toda ley contra la extranjería, abolió los delitos de pensamiento, “Una opinión equivocada puede ser tolerada donde la razón es libre de combatirla”, abogó siempre por la función terapéutica de la cultura: “No se debe ser demasiado severos con los errores del pueblo, sino tratar de eliminarlos por la educación”. Y, en fin, contribuyó a parir un país cuyas instituciones y leyes constituyeron por mucho tiempo espejo para los espíritus libres de todo el mundo. De hecho, La democracia en América del siempre brillante Alexis de Tocqueville se escribió sobre todo como aviso político destinado a señalar certeramente hacia donde debían tender las acciones legislativas en Europa.
Así que, pese a todo lo que vino después, léase la Doctrina Monroe, el imperialismo iniciado con la invasión de Méjico, el esclavismo, el Ku klux Klan, también pese a Nixon el mentiroso, al napalm y al agente naranja, pese a tantas cosas, habría que preguntarse dónde ha ido a parar el espíritu de aquellos ilustrados indomables, empeñados en liberarse a sí mismos de las fuerzas oscuras del privilegio y la dominación, el mismo espíritu y la misma voluntad que poseía desde su silla de ruedas Franklin Delano Roosevelt, una fuerza moral incombustible que ayudó decisivamente a barrer de Europa a aquellos tipos, también fundamentalmente simpáticos, llamados nazis.
mayo de 2004
1 Comments:
> se ha torturado sin compasión alguna a todo cuanto preso iraquí tenía la desgracia de caer en sus sangrientas manos.
Aquí discrepo, eso no es en ningún caso tortura sin compasión. Para mí vejación, imprcedente y castigable, eso sí.
Tampoco se aplica a "todo preso", ni creo que proceda hablar de sangrientas manos.
Creo que has exagerado... conste que yo también lo hago a veces.
Saludos
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