El barril de amontillado

Un Blog de Juan Granados. Algunos artículos y comentarios por una sociedad abierta.

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sábado, octubre 22, 2005

Recordando a Zelig



“De niño, Leonard fue tiranizado por los antisemitas. Sus padres, que nunca se ponían de acuerdo y le echaban la culpa de todo, se pusieron del lado de los antisemitas. A menudo le castigaban encerrándole en un armario y, cuando se enfadaban de verdad se encerraban con él.
En el lecho de muerte, Morris Zelig dijo a su hijo que la vida era una pesadilla inútil, y le dio un consejo: ahorra burbujas de aire ” (Del guión original de Zelig, Woody Allen,1983)

Hay ciertas actitudes en las personas, en sus gestos, que proyectadas como una imagen nos recuerdan a otras. Ocurre de vez en cuando: ¿a quien me recuerda este tipo?, nos preguntamos con insistencia en silencio, incapaces de dar en el clavo al primer golpe de vista. Luego, un buen día, muchas veces tras el estimulante café de buena mañana caemos por fin en la cuenta…¡claro!
Pues claro –me dije no hace mucho en parecidas circunstancias- ¡ZP es Zelig! Muchos de ustedes recordarán a Leonard Zelig, el hombre camaleón. De creer el falso documental producto de la imaginación de Allen, este ciudadano corriente, de más bien nula personalidad y avanzada timidez, poseía la virtud de transformarse en la persona que se situaba junto a él. Así, si se le colocaba al lado de un indio Cherokee, inmediatamente la nariz se le volvía aguileña, la tez cobriza y le crecía al instante una fastuosa melena de un negro intenso con pluma incluida. Si se le situaba junto a un grupo de rabinos, le medraban al instante ampulosos tirabuzones y una luenga barba. En caso de que fuese conducido a un club de jazz, se volvía negro en el acto, arrancándose apasionadamente con el clarinete. Cuando, por casualidad, pasaba junto a una lavandería de Chinatown, sus rasgos devenían en orientales.
Pero no quedaba ahí la cosa, sus transformaciones de personalidad eran tan complejas que era capaz de transir también su espíritu y sus conocimientos. Así, Leonard Zelig podía hablar de tu a tu con el presidente de su país, como si fuese su más íntimo colaborador, si se le enfrentaba al gran Jack Dempsey, Zelig boxeaba con impecable estilo. Si era conducido a una tertulia con Eugene O`Nelly Podía pasar por dramaturgo sin esfuerzo aparente, también por músico virtuoso si se le sentaba junto a Duke Ellintong y su célebre orquesta. Ni siquiera resultaba sospechosa su presencia en el gabinete de guerra de Hitler, donde, gracias a sus repentinos conocimientos tácticos y a su facilidad para hablar un perfecto alemán con un leve acento de la Pomerania, era tenido por uno más de sus generales. Zelig era un prodigio de concordia y empatía, naturalmente caía bien a todo el mundo, sin embargo en algún momento se cansó de tan perenne transformismo y decidió recuperar su personalidad a través del psicoanálisis. Cuando al fin logró ser él mismo, dejó de interesar a la prensa y se perdió en el olvido.
La metáfora me vino a la cabeza cuando el otro día vi a Rodríguez Zapatero recibiendo a Pasqual Maragall en la Moncloa. Como efecto del encuadre de la cámara de televisión, por un momento aparecía el presidente allí plantado junto a la bandera catalana, luego pude ver que también estaba la española, pero la imagen ya me había quedado en la retina. Enseguida me lo imaginé con alpargatas y barretina recibiendo al president al son del clarinete. Luego no me costó trabajo imaginármelo cumplimentando a Rodríguez Ibarra en lucido terno goyesco y con montera, o saludando al cuerpo de bomberos de Madrid con un brillante casco plateado brotándole súbitamente de la cabeza o transido en mameluco timbalero el día de la exaltación de la batalla de Bailén. Eso sí, todo esto con el mérito que tiene transformarse y hablar a la vez en femenino y masculino sin equivocarse nunca mientras se bracea más o menos rítmicamente, lo dicho, un prodigio de empatía y concordia. No estaría mal si no fuese porque, como le ocurría a Zelig, tengo para mí que a ZP parece pegársele más de lo necesario el discurso de su contertulio y esto no suele ser especialmente recomendable sea este quien sea. Así que, a lo que parece, hemos pasado de ese prodigio de egolatría que era Aznar a un Leonard Zelig redivivo que le dice que si, que vale, que de acuerdo y hágase tu voluntad a todo el que pasa por su lado. En mi opinión un ejemplo más de nuestro particular modo pendular de gobernarnos.

julio de 2004