El barril de amontillado

Un Blog de Juan Granados. Algunos artículos y comentarios por una sociedad abierta.

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domingo, mayo 14, 2006

Utopía y Libertad o porqué Zapatero soporta a Morales



Nace el pez, que no respira,
aborto de ovas y lamas,
y apenas bajel de escamas
sobre las ondas se mira,
cuando a todas partes gira,
midiendo la inmensidad
de tanta capacidad
como le da el centro frío:
¿y yo con más albedrío
tengo menos libertad?

(Calderón de la Barca: La vida es sueño)

“¡Ay mísero de mí! ¡Y ay infelice!”, eso, poco más o menos, fue lo que se me ocurrió decir, emulando al inmortal Segismundo, al contemplar el enésimo éxito internacional de nuestro particular Mr. Chance.
No es para menos, ha sido curiosa de ver la última boutade de Evo Morales en la cumbre de Viena. Orgulloso de su hazaña nacionalizadora, convencido de su papel en la Historia, espeta contra Zapatero el sermón global, la reprobación pública de sus actos, le afea la conducta por no haberse espabilado lo suficiente en condonar la deuda exterior que Bolivia mantiene con España, ¿qué hay, además, señor Zapatero, de la duplicación de ayudas si triunfaba el mesías indigenista, o sea yo?, le dijo, ¡ah, españoles!, esos ladrones voraces y dilapidadores, tras 500 años de sujeción y oprobio siguen sin cumplir sus promesas…Bien es verdad que el cocalero en teniendo a Zapatero frente a las narices, pareció dulcificar un tanto el discurso, no fuese que nuestro líder indomable le mandase a tomar viento.

Pues no tenía de qué preocuparse, las actitudes del gobierno socialista, esclavizado por un líder incapaz de abandonar tres o cuatro principios ramplones mal aprendidos y peor asimilados en la edad universitaria, jamás mostrarán la menor firmeza contra cualquiera que se proclame luchador social de izquierdas. Con Repsol recién tomada por la colectivización revolucionaria, nuestro firme e infatigable gobierno responde a Don Evo pasteleando con buenísimas palabras: Que no se enoje, que claro, que se hará lo prometido, que estas cosas llevan su tiempo…en fin, poco más o menos lo mismo que le dice a Chávez o a Castro, o lo que podemos suponer que le están diciendo a ETA. Buenas intenciones y hágase tu voluntad. Y es que con estas cosas de la ideología pasa que una vez que se aprenden los principios, cuesta mucho abandonarlos, a algunos les ocupa años, otros no cambian en la vida, tengo para mí que Zapatero pertenece a esta última e irredenta categoría: la insoportable milonga sectaria de la memoria histórica, lo poco que le importan los homúnculos con los que permite jugar a los alquimistas del reino, la desfachatez con la que maltrata a los débiles, a las víctimas de ETA, parece que también a las viudas, no apuntan a nada bueno, no, Zapatero no cambiará jamás, antes nos querrá cambiar a todos (y a todas, como dicen estúpidamente siempre que pueden él e Ibarreche, en ese discurso fatuo del “quedabien”), que permitirse encaminar uno solo de sus pasos hacia la sensatez.
Así que, para que se entienda, la radiografía del asunto presenta a un tipo de indumentaria concisa, bastante extraño y punto iluminado, defensor de una ideología inútil, periclitada desde hace décadas, que se queda con las propiedades ajenas y, en un ejercicio de monumental desvergüenza, acude a casa de los expoliados y les riñe por no espabilarse lo suficiente con la subvención a su chiringo colectivo. Pues bien, todo lo que responde el gobierno, en vez de enviar al muchacho de la chompa directamente a la recolecta del guano, que sería lo normal, le dice amablemente y con un punto temblón, al inigualable estilo Moratinos, que tenga paciencia que será convenientemente atendido.

La cosa tiene enjundia y da que pensar. Nos obliga a cavilar, por ejemplo en el incomprensible, o no tanto, éxito del historicismo, ese creer, con Evo, con Zapatero, que todo acontece en estricto cumplimiento de ciertas leyes sociales inalterables, que se cumplen de forma tan inexorable como el verano sucede a la primavera. Que la Historia siempre se repite, que no hay nada que el ingenio humano pueda aportar al respecto. La premisa, en suma, de la explotación del hombre por el hombre que sólo terminará con un trasunto de isonomía instaurada por un estado en permanente y totalizadora vigilancia, eternamente ocupado en un presunto y justo reparto. Sólo así se entiende la sintonía de Zapatero, socialista y de izquierdas ante todo, según pregona ante cualquiera que le preste oídos, con la tripleta americana, o sea Fidel, Chávez, Evo y los que van viniendo. Creíamos que los partidos socialistas europeos habían superado definitivamente el sarampión del dogmatismo marxista, somos socialistas antes que marxistas, dejó dicho Felipe González, pero parece que aquello era sólo una postura estética, para su sucesor leonés, Marx, o al menos su personal interpretación, existe, vivo y muy lozano, y cada día que pasa nos ofrece una nueva muestra de ello. Su obsesión en uniformarnos, en igualarnos, en regirnos bajo el encorsetamiento de miles de leyes, cuantas más mejor, véase el Estatut, empeñado en regular hasta los paisajes públicos, colocan a este gobierno cautivo de los enemigos de la libertad, no puede luchar contra ellos por la sencilla razón de que se han convertido en sus verdaderos aliados ideológicos. Un ejemplo más de esa conocida dicotomía entre utopía y libertad, que tan bien semblaba Isaiah Berlín, que va camino de convertirse en nuestro autor del mes, es largo, pero merece la pena:


“Nuestra época ha sido testigo del choque de dos puntos de vista incompatibles: uno es el de los que creen que existen valores eternos, que vinculan a todos los hombres, y que los hombres no los han identificado o comprendido todos aún por carecer de la capacidad moral, intelectual o material necesaria para captar ese objetivo. Puede ser que nos hayan privado de este conocimiento las leyes de la propia historia: según una interpretación de esas leyes es la lucha de clases la que ha falseado nuestras relaciones mutuas hasta el punto de cegar a los hombres e impedirles ver la verdad, imposibilitando con ello una organización racional de la vida humana. Pero ha habido progreso suficiente para permitir a algunas personas ver la verdad; a su debido tiempo, la solución universal quedará clara para la generalidad de los hombres; entonces se acabará la prehistoria y empezará una historia verdaderamente humana. Eso sostienen los marxistas, y quizás otros profetas socialistas y optimistas. Pero no lo aceptan los que afirman que los deseos, puntos de vista, dotes y temperamentos de los hombres difieren permanentemente entre sí, que la uniformidad mata; que los hombres sólo pueden vivir vidas plenas en sociedades que tienen una textura abierta, en las que la variedad no se tolera simplemente sino que se aprueba y se estimula; que el desarrollo más fecundo de las potencialidades humanas sólo puede alcanzarse en sociedades en las que haya una amplia gama de opiniones (libertad para lo que J. S. Mill llamó “experimentos vitales”), en la que haya libertad de pensamiento y de expresión, en la que puntos de vista y opiniones choquen entre sí, sociedades en las que los roces y hasta los conflictos estén permitidos, aunque con reglas para controlarlos e impedir la destrucción y la violencia; esa sujeción a una sola ideología, por muy razonable e imaginativa que sea, arrebata a los hombres la libertad y la vitalidad. Quizá fuese esto lo que quería decir Goethe cuando, después de leer Système de la Nature de Holbach (una de las obras más famosas del materialismo francés del siglo XVIII, que abogaba por una especie de utopía racionalista), dijo que no podía entender cómo podía aceptar alguien una cosa tan gris, tan lúgubre, tan cadavérica, tan vacía de humanidad, de arte, de vida, de color. Para los que abrazan este individualismo de tinte romántico, lo que importa no es la base común sino las diferencias, no el uno sino los muchos; para ellos el ansia de unidad (la regeneración de la humanidad por la recuperación de una inocencia y una armonía perdidas, regresar de una existencia fragmentada al todo universal) es un espejismo infantil y peligroso: eliminar toda diversidad y hasta todo conflicto en pro de la uniformidad es, para ellos, eliminar la vida misma.”

De “La Decadencia de las Ideas Utópicas en Occidente” [1978] en Isaiah Berlin (edición a cargo de Henry Hardy), El Fuste Torcido de la Humanidad: Capítulos de Historia de las Ideas.Barcelona: Ediciones Península.

“¡Ay mísero de mí! ¡Y ay infelice!”, decía al principio, no es que me encuentre en estado tan lamentable, sino seguramente más lisonjero, pero sostengo que el lamento compartido permite las más de las veces soltar el lastre que causa el disgusto. Además, al menos nos resta el consuelo de saber que por fortuna todavía vivimos en democracia y las urnas pueden cualquier día enviar a estos tipos que nos rigen a la escuela de primeras letras de la que nunca han debido salir, al menos sin un sambenito bien grande y bien ostentoso que nos pudiera avisar puntualmente del peligro que traían consigo, señaladamente la visión interesadamente sesgada de la realidad, una trayectoria vital de poco estudio y mucha asonada, una capacidad de razonamiento limitada a los preceptos del catecismo historicista y una vida civil inoperante cuando no nula. Es lo que tienen las sociedades abiertas, permiten suponer un futuro razonablemente halagüeño, como decía Raymond Aron: “Hay que ser siempre pesimista en el presente, activo en el futuro inmediato y optimista a largo plazo!”

1 Comments:

Blogger . said...

Se lo voy a mandar a Citoyen, que creo que hoy necesita una clarificación como ésta.

11:32 a. m.  

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