Transgresores de salón
“Si Mr. Mutt construyó o no con sus propias manos la Fuente no tiene ninguna importancia. él la eligió. Tomó un objeto de la vida diaria, lo reubicó de manera que se perdiera su sentido práctico, le dio un nuevo título y punto de vista y creó un nuevo significado para ese objeto ”
(Marcel Duchamp, 1917 )
En 1917, Marcel Duchamp recibió la invitación de la galería Grand Central de Nueva York para formar parte del jurado de una exposición de artistas independientes. Aprovechando la ocasión, Duchamp remitió de forma anónima a la galería neoyorquina un urinario de porcelana realizado presuntamente por un enigmático R. Mutt. El artista llamó "La Fuente" a aquel objeto, causando un considerable revuelo en la crítica de entonces. Recientemente el célebre urinario ha sido elegido por un grupo de expertos como la obra de arte más influyente del siglo XX, por delante de "Les Demoiselles d'Avignon" de Pablo Picasso. Sorpresivamente, o tal vez no tanto, " La Fuente" logró un 64 por ciento de los votos frente al 42 por ciento obtenido por "Les demoiselles". El jurado no ha sentido la necesidad de justificar especialmente su elección, sin embargo parece claro que lo que se ha tenido en cuenta ha sido el esfuerzo del dadaísta por romper con la concepción de la obra artística entendida como singular y única. La introducción de objetos industriales, ya fabricados (ready-made), para extraerlos de su contexto útil y convertirlos en esa “otra cosa” dotada de una nueva identidad y digna de ser vista con nuevos ojos en un museo o en una galería, tiene mucho que ver con la poética artística del siglo XX y en especial con todo el arte llamado conceptual. No parece por tanto una mala elección, aunque sólo fuese por la relevancia histórica que supone.
Sin embargo, tal vez debamos tener en cuenta que cuando el gesto de Duchamp cundió en el mundo artístico, inauguró de alguna manera una especie de pandemonium de presuntos transgresores contraculturales que, a lo que parece, llevan un siglo tratando de convertir la excepción en regla, vendiendo poco más que aire o trajes del emperador con la anuencia de una crítica cada vez más temerosa y más papanata. Así, a vuelapluma, recuerdo por ejemplo obras como la del artista de Brooklyn Andrés Serrano, quien en 1987 presentó su trabajo “Piss Christ” (orina Cristo), en el cual sumergía en sus propios orines un crucifijo, u otras obras presuntamente igual de escandalosas como los animales seccionados de Damien Hirst, la Virgen María realizada con excrementos de elefante por Chris Ofiili o los niños clonados y los sexos distorsionados de los hermanos Chapman y tantas otras que podríamos citar. Es un poco como los arcos de palabras recientemente dispuestos para conmemorar la Navidad en el madrileño paseo de Recoletos por la artista austriaca Eva Lootz, en mi opinión un ejemplo más de este gusto por epatar tan caro a la legión de artistas émulos del gesto duchampniano. Aquí en sustitución de las tradicionales campanillas, bolas y demás mandangas navideñas, se pueden leer conceptos como: casino, perfil, relieve, turrón, resaca, consejo, gozos, canalla, estupro, suerte, conciencia, reparto, nido, serpiente, inútil, garaje, completo, billete, adorno, reserva, destino, dignidad, alegría, almíbar, consuelo, lujuria o saña. Retahíla desordenada que la artista define como un “poema léxico”, aunque a mi más bien me parecen los malos pensamientos navideños de Ebenezer Scrooge puestos por escrito. Como justificación teórica de tanta genialidad podrían servirnos las palabras del mismo Andrés Serrano: "No hay limitaciones morales cuando se trata de arte, con la excepción de aquellas que el artista decide seguir con su conciencia." Si no fuese porque sencillamente no me lo creo. Me parece sospechosamente facilón transgredir contra aquello o aquellos que sólo protestan, si es que lo hacen, con la palabra. Creeré a los transgresores cuando se la jueguen de verdad contra la intolerancia y el integrismo que son los verdaderos males del siglo. Dicho de otra manera, les creeré cuando fabriquen, por ejemplo, un retrato de Sabino Arana hecho con sus propios humores corporales o cuando sumerjan en orines la imagen de algún Santón islamista, de esos capaces de largarte una Fatwa que te arruine la vida para siempre. Entonces me parecerán auténticos y no tendré empacho alguno en admirar su credo contracultural, entretanto me seguirán pareciendo simples transgresores de salón, humo, nada. Claro que a lo mejor tampoco hay que morir por el sustento.
diciembre de 2004
2 Comments:
Un post excelente. Lo grave es que las chiquilladas de estos transgresores de pacotilla están subvencionadas por grandes instituciones financieras, como los bancos, que son sus mejores clientes.
Te recomiendo el segundo número de El Manifiesto, enteramente dedicado a la estafa del arte contemporáneo.
Pues qué quieres que te diga. Cuando Mayor Zaragoza se deja conceder el Premio Sabino Arana. Y preside una Fundación para la Paz...
Es increible y es lo que hay.
Aunque Internet está cambiado muchas cosas.
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