Miserias literarias
“Lo opuesto a una masa humana es cualquier red de personas singulares, tejida sobre la substancia de sus diferencias, y abierta creativamente a flujos aleatorios.” (Antonio Escohotado, Caos y Orden)
Tenía yo un profesor en la primera infancia que cuando se le inflaban las narices con algún alumno díscolo le espetaba: “Tú, chaval, o eres tonto o eres malo, no cabe otra” Aunque no tengo noticia de que alguno de mis colegas quedase especialmente zaherido en su honor o menoscabado en su dignidad ante tal exabrupto, hoy en día mi profesor sería inmediatamente conducido por padres, municipios y sindicatos ante los tribunales bajo grave acusación de crueldad mental o algo peor. Sin embargo, es inevitable, a mi la expresión me hace gracia y aún hoy me resulta útil como instrumento de reflexión más o menos cotidiana.
Y digo esto, por ejemplo, porque en cierta ocasión fui paseado no siempre por mi voluntad sino más bien al contrario por diversos saraos, presentaciones y mesas redondas celebradas con ocasión de la Feria del libro de La Coruña. Mentiría si dijese que no disfruté con las palabras de muchos de los autores que por allí andaban, sin embargo no con las de todos. A través de los inflamados discursos de algunos, también de algunas, pero aún me resisto a escribir de tan agónica manera, pude comprobar certezas que preferiría no tener. Esto es, se hace evidente la pervivencia de una subespecie intelectual poco trabajadora y más bien indolente pero muy apreciada por los puristas del papanatismo que se caracteriza por haber escrito un par de novelas definitivas de 99 páginas impresas en tipografía gigantesca, también largos e inflamados poemarios de treinta folios u obras de teatro de 18 frases. Una vez conseguido esto, parecen quedar transidos de un halo de beatitud, de una suerte de canonización literaria que les permite opinar sobre cualquier asunto con una altura retórica encomiable, soltando pasto intelectual al desapercibido procomún. Algo que podríamos dar en llamar sin ir mas lejos y para que se me entienda: “el lucrativo efecto Ramoncín”.
Así, a lo largo de aquella semana me he ido enterando de algunas verdades eternas que antes no me lo parecían tanto. Por ejemplo escuché a un adusto y más bien malencarado poeta defender vehementemente la necesidad de mantener saneadas sus cuentas personales a través de la subvención pública de sus, al parecer, imprescindibles producciones culturales. De paso, defendía también, aunque veladamente, una opción política que se confiesa, anno 2006, marxista-leninista, entendida como la única salvadora, patriotico-nacionalista y decente. Cuando ya me marchaba todavía pude escucharle proclamar algo sobre la necesidad de imponer a nuestros infantes el aprendizaje de la lecto-escritura en el idioma que mejor a él le parecía, independientemente de la lengua materna de cada quien que es lo que siempre ha defendido la buena pedagogía y el sentido común. En fin, en bien poco tiempo el brillante fulano desplegó un verdadero batiburrillo ideológico plagado de contradicciones aparentemente difícil de superar.
Sin embargo parece que todo es susceptible de empeorar, porque al día siguiente me encontré con un par de sujetos tan envarados y tristes como el anterior, por los cuales me pude enterar que las lapidaciones de adúlteras en Arabia Saudita son un “rasgo cultural del Islam”, que el terrorismo de ese signo que ataca sobre todo a civiles indefensos es “mera consecuencia de la opresión occidental” , que los rebanadores de cuellos de camioneros en Irak representan “la valiente resistencia popular” o que “el fanatismo tiene su razón de ser en un mundo globalizado”.
Como el que suscribe tiende a divagar, no me costó mucho construir en el pensamiento ciertos paralelismos. Encontré entonces que estos tipos se parecían mucho a aquellos “otros” intelectuales que como Marguerite Duras abrazaron sistemáticamente el camino de la irracionalidad para, por ejemplo, enviar al ostracismo a Albert Camus por tener sus propias ideas sobre el terrorismo de masas y el FLN argelino. Los mismos que, ciegos ante cualquier realidad, apoyaron durante años las purgas estalinistas, es sabido que Bertolt Brecht llegó a decir sobre los viejos bolcheviques ajusticiados en los procesos de Moscú: “Ésos, cuanto más inocentes son, más merecen ser fusilados” , aquellos que como Günter Grass o García Márquez apoyan hoy contra viento y marea el castrismo tardío, segregando de paso a Vargas Llosa por no suscribir sus tesis más bien disparatadas. Podríamos continuar hasta el infinito, no es necesario para constatar una vez más que creatividad e inteligencia no siempre parecen caminar juntas.
1 Comments:
"el lucrativo efecto Ramoncín", me apunto esta brillantez para algún juicio sumario futuro.
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