¡Que vuelva Simon!
“Suele también engendrarse la concordia, generalmente, a partir del miedo, pero en ese caso no es sincera. Añádase que el miedo surge de la impotencia del ánimo y, por ello, no es propio de la razón en su ejercicio, como tampoco lo es la conmiseración, aunque parezca ofrecer una apariencia de moralidad” (Baruch Spinoza, Ética, parte IV, capítulo XVI)
Viena es una ciudad bien parida, como Dios manda, con su café, su tarta Sacher y su música festiva. No extraña que haya sido la patria chica de Simon Wiesenthal, el justiciero. El viejo Simon ha decidido morirse porque ya no tenía nazis que buscar, los asesinos que todavía quedaban en su lista o estaban ya bien muertos o eran tan ancianos que no podría empujarlos ante un tribunal.
Una suerte poder morirse con la sensación del deber cumplido, y no fue fácil, al valeroso captor de sabandijas como Adolf Eichmann, “padre espiritual” del genocidio, Karl Silberbauer, el simpático captor de niñas como Ana Frank, Franz Stangl, comandante del campo de la muerte de Treblinka y tantos otros, más de 1.100 ex-nazis en total, hubo de vérselas con el poder del olvido. Un olvido muy bien orquestado, criminalmente orientado a negar la existencia misma del Holocausto. En plena guerra fría, Simon Wiesenthal se había vuelto un tipo molesto, eran los comunistas quienes inquietaban, no los antiguos nazis convertidos ahora en dentistas de éxito o en altos funcionarios de los gobiernos occidentales.
Para el poder siempre ha sido más fácil olvidar, negociar tibias salidas, leyes de punto final que le permita proporcionar cómodos carpetazos a los conflictos enquistados. Pero esto siempre se hace sobre el silencio de las víctimas, extendiendo una mordaza de dolor sobre los que menos pueden y más sufren por ello, Simon lo sabía bien y no quiso permitirlo. Su valiente actitud nos deja una buena enseñanza, los criminales deben rendir cuentas de sus fechorías, no vale mirar para otro lado, no vale mantenerlos con subvenciones; los pobres, que no saben trabajar en otra cosa; no vale ceder a sus cobardes chantajes, aunque solo sea porque les va a dar lo mismo, siempre querrán más. Primero será acercarlos a casita, luego excarcelarlos, después la concesión de un sueldillo y más adelante nombrarlos próceres locales.
Tal vez por eso, cuando oigo lo que oigo, cuando veo lo que veo, recuerdo a los que ya no están, también a los que han tenido que marcharse y pienso que ojalá que no nos gobernase este botarate cautivo de un puñado de votos y triste aspirante al Nobel de la paz, que cuando nos escupen, como en Barañaín, como a la valiente Gotzone, dice que llueve para no molestar a los pistoleros. ¡Hay Simón! ojalá volvieras a poner orden, a mirar a la cara a los asesinos para decirles aquello tan bonito de Clint Eastwood: “¡Anda, cretino, alégrame el día!
1 Comments:
Tengo el libro de Escohotado en casa desde que se editó... siempre me digo que tengo que empezarlo ya, y llevo... ¿cuántos años? Soy un miserable.
Pero Sartine va primero.
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