Algunas nociones de repostería
“El trabajo es el ingrediente principal de la felicidad a la cual aspiras, y toda alegría se hace pronto insípida y desagradable cuando no proviene de fatiga e industria ” ( David Hume )
Una de estas noches de zapping indolente me reí con ganas contemplando por casualidad el enésimo berrinche de Gustavo Bueno, encorajinado ante la estulticia, evidente por otra parte, de sus contertulios. El filósofo afeaba entonces lo infundamentado de los juicios que se le ofrecían en bombardeo tautológico por doquier, anclados entre el “pienso de que” y el “respéteme mis creencias”. A lo mejor, la culpa la tiene él por sentarse con quien no debe y por discutir con quien no se puede. En seguida, la situación me proporcionó pasto suficiente para buscar analogías poético-políticas muy al hilo de los últimos acontecimientos ligados al cambio de gobierno, pues en aquel rechinante debate se discutía sobre la conveniencia o no de impartir religión en las aulas, una vez que el nuevo gobierno se encargue de convertir la non nata Ley de Calidad de la Educación en papel convenientemente mojado.
Cabría pensar que para un gobierno socialista el momento sería idóneo para enviar a las religiones de vuelta a sus parroquias, mezquitas, sinagogas o salones del reino e instaurar en los institutos y colegios, como mucho, una especie de “historia comparada del hecho religioso”, o alguna gaita por el estilo de las que quería instaurar el PP, o simplemente nada, esto es, ganar dos horas lectivas para otras cuestiones más prosaicas y más científicas. Pero no, parece que se pretende mantener el statu quo reinante hasta ahora según constaba en la Logse socialista, es decir, o el alumnado estudia religión o se le entretiene pasmando en distintos grados de consciencia esas dos horitas semanales no evaluables supongo que para contentar a algún sector notable de votantes. Y aquí topamos con el problema principal, el mismo, por cierto, que aquejaba a Martínez de la Rosa, cuyas compulsivas ganas de agradar le granjearon el poco caritativo apodo de “rosita la pastelera” cuando oficiaba de cabeza de algún que otro gobierno de Fernando VII, aquel rey desgraciado, pío e ignorante, como le definiera Talleyrand. En fin, que pese a conformar una democracia afortunadamente laica, basada en el sano individualismo y en la igualdad legal, no sólo vamos a continuar subvencionando generosamente a nuestra iglesia católica, ya convenientemente subvencionada, se supone, por sus parroquianos, sino también a los simpáticos imanes wahhabitas, de inspiración saudita, tan generosos y comprensivos con el occidente liberal y tolerante que los acoge, también a los pastores de la grei protestante, siempre como perdidos en la meridional España y supongo que a este paso hasta al Gran Muftí de Jerusalén. Claro que a estas alturas su concurrencia a los institutos se da por imprescindible, no vaya a ser que se tuerza alguna vocación de las de “respete mis creencias”, por suerte no existen clérigos nazis, sino son capaces de meterlos también en el saco subvencionador, ya que se deben respetar, a lo que parece, todas las sensibilidades.
Un pastelero es, entonces, quien desea contentar a todos y que, consecuentemente, termina por no contentar a nadie. En este sentido, algunas de las últimas frases públicas de Zapatero, producto en mi opinión de una izquierda excesivamente comprensiva con el indolente, producen cuando menos inquietud. Aquella de “estamos por la igualdad en educación” me causa especial pavor y dentera. A menudo tal aserto verbal enfatiza un deseo legítimo: la igualdad ante la escuela, para ocultar otro terriblemente injusto: la igualdad en la escuela, o el café para todos independientemente del esfuerzo y del trabajo de cada quien, cuyos resultados más que lamentables, léase ESO, promoción automática incluida, están a la vista de todo el que tenga ojos para ver.
Lo mas gracioso del caso es que todo este fracaso ideológico se pretende empañar con una especie de “profusión tecnológica”, donde los nuevos medios informáticos se ponen en valor casi sacrosanto, considerados como panacea educativa, cuando las más de las veces permanecen infrautilizados en las escuelas por falta del exhaustivo mantenimiento que precisan, también por la escasa formación de los usuarios, la carencia de materiales verdaderamente útiles y lo sospechosamente efímeras que resultan las prestaciones de cada nuevo aparato. Sin embargo no todo es tecnología, recuerdo muy bien la chusca anécdota de los ingenieros aeroespaciales soviéticos a los que sus homólogos estadounidenses explicaban orgullosos que habían logrado crear un bolígrafo que en virtud a un ingenioso sistema de bombeo, permitía escribir en situación de ingravidez. Cuando preguntaron a sus colegas rusos cómo habían solucionado ellos el problema, éstos respondieron simplemente: “nosotros usamos lápices”.
abril de 2004
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