Syd Barret & Co.
“I've got a bike. You can ride it if you like.It's got a basket, a bell that rings andThings to make it look good.I'd give it to you if I could, but I borrowed it. ” de Bike”, incluída en: The piper at the gates of dawn. Barret, 1967
Este artículo bien pudiera haberse llamado “de como mantener la compostura mental en verano”, pero tal vez hubiese resultado demasiado largo. Pero sí, ocurre que entre tanto pan y circo municipal, léase fiesta de exaltación de la santa panocha asada, feria del triquitrán del tren o recital de poeta maldito, a uno bien puede convertírsele el verano en un lamentable via crucis por la nada, aderezado con lamentable riñonera y olor a chancla y sobaquillo, eso si se encuentra sitio, que por lo general suele estar reservado por iracundas matronas armadas de bolso amenazador.
Pues bien, este maldito verano he dado con un trasunto de solución paliativa, alguien, que sin duda me quiere bien, me ha prestado su discografía completa de Pink Floyd convenientemente introducida en un chisme Mp3, ¡ah, amigos!, qué alivio ir por el mundo ajeno a todo, escuchando la potencia creativa de un genio caído como Syd Barret, seguida luego por la sabiduría musical, llena de sutilezas, de David Gilmore y Roger Waters. Cómo brillan sus locos diamantes entre tanta mediocridad y que bueno es evadirse de la cultura impuesta gracias a estos aparejos que convierten al mundo en un curioso video clip, que se mira o no se mira, se atiende o se ignora, según convenga.
Hace nada tuve la oportunidad de volver a escuchar la guitarra milagrosa de Gilmore. Nada siquiera comparable a esos acordes mágicos, acompañados de ese halo de dignidad sobre el escenario, ni una mueca, ni un saltito bailón, sólo sale, toca y se va. No necesita más para transportarnos a mundos mejores, donde se substituyen muy afortunadamente palabros obtusos como solidaridad, por vocablos pertinentes como amor, luz, lealtad, misericordia o recuerdo cálido del amigo que un día enloqueció por exceso de genio o por exceso de todo, ¿quien lo sabe?
A veces, entre corte y corte, retiro de mi oído uno de los auriculares y regreso a mi verano, ¡Manoooli, corre, que se acaban los berberechos! , grita un tipo que se me acaba de colar por la cara, regreso el auricular a mi oído, ya todo me da igual, como si hoy me salto el almuerzo en platillo de plástico a tantos euros no se qué la pieza, vino y pan aparte. Yo ya me alimento de Pink Floyd, ah, amigo Gilmore, Wish you were here!
Septiembre de 2005
Este artículo bien pudiera haberse llamado “de como mantener la compostura mental en verano”, pero tal vez hubiese resultado demasiado largo. Pero sí, ocurre que entre tanto pan y circo municipal, léase fiesta de exaltación de la santa panocha asada, feria del triquitrán del tren o recital de poeta maldito, a uno bien puede convertírsele el verano en un lamentable via crucis por la nada, aderezado con lamentable riñonera y olor a chancla y sobaquillo, eso si se encuentra sitio, que por lo general suele estar reservado por iracundas matronas armadas de bolso amenazador.
Pues bien, este maldito verano he dado con un trasunto de solución paliativa, alguien, que sin duda me quiere bien, me ha prestado su discografía completa de Pink Floyd convenientemente introducida en un chisme Mp3, ¡ah, amigos!, qué alivio ir por el mundo ajeno a todo, escuchando la potencia creativa de un genio caído como Syd Barret, seguida luego por la sabiduría musical, llena de sutilezas, de David Gilmore y Roger Waters. Cómo brillan sus locos diamantes entre tanta mediocridad y que bueno es evadirse de la cultura impuesta gracias a estos aparejos que convierten al mundo en un curioso video clip, que se mira o no se mira, se atiende o se ignora, según convenga.
Hace nada tuve la oportunidad de volver a escuchar la guitarra milagrosa de Gilmore. Nada siquiera comparable a esos acordes mágicos, acompañados de ese halo de dignidad sobre el escenario, ni una mueca, ni un saltito bailón, sólo sale, toca y se va. No necesita más para transportarnos a mundos mejores, donde se substituyen muy afortunadamente palabros obtusos como solidaridad, por vocablos pertinentes como amor, luz, lealtad, misericordia o recuerdo cálido del amigo que un día enloqueció por exceso de genio o por exceso de todo, ¿quien lo sabe?
A veces, entre corte y corte, retiro de mi oído uno de los auriculares y regreso a mi verano, ¡Manoooli, corre, que se acaban los berberechos! , grita un tipo que se me acaba de colar por la cara, regreso el auricular a mi oído, ya todo me da igual, como si hoy me salto el almuerzo en platillo de plástico a tantos euros no se qué la pieza, vino y pan aparte. Yo ya me alimento de Pink Floyd, ah, amigo Gilmore, Wish you were here!
Septiembre de 2005
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