Los ingenieros, cuentan
Por amable invitación de la escuela de ingenieros navales de Madrid, acudo al congreso internacional sobre “La tecnología de los navíos de Trafalgar”, tres días gloriosos a caballo entre Madrid y Cádiz en los que, tras largar sobre lo que más me gusta, no sólo aprendo mucho sobre aquellas enormes baterías flotantes y sobre quienes las construyeron, también constato con verdadero placer que el gremio de ingenieros navales, ajeno a cualquier trivialidad de las muchas que nos invaden, sigue a la suya, pegándole duro a la ciencia, embebido en sus asuntos, en su hidrodinámica, en su mecánica de fluidos, inasequible al general desvarío que nos envuelve. Los ingenieros cuentan, cuentan constantemente y a todas horas, viven en un mundo maravilloso y particular. Si le pregunto a Francisco qué parada de metro está más cerca de la ETSIN, me responde sonriente: “desde Moncloa hay 800 pasos y desde Ciudad Universitaria, 850, no obstante la pendiente es menor al menos en 3º, lo que permite una marcha más liviana”. Luego Jose María me aclara que para cruzar una de las terminales de Barajas se han de dar exactamente 1257 pasos, a nadie de los presentes parece extrañarle tal exactitud.
Para mí, el afán de estos brillantes herederos de Gaztañeta, de Jorge Juan, de Romero Landa, no se si decir que también de Francisco Gautier, deja bien claros un par de asuntos nada baladíes: que cuando alguien se aplica con pasión al estudio y al trabajo, se vuelve un tipo feliz y despreocupado de dineros y mandangas y que, obviamente, la monumental trampa pedagógica que suponen nuestros actuales y bonancibles planes de estudio, no ayuda en nada al progreso del conocimiento, sino más bien al olvido de todo lo esencial; algo que, afortunadamente y por suerte para ellos, parece que aún no ha llegado al ámbito de la ingeniería naval,.
Así que me paso tres días gozándola con sus serenas explicaciones sobre el asunto de Trafalgar. Ya sabía que nuestros barcos eran buenos, que el andar del San Juan Nepomuceno era más franco que el del mismísimo Victory, aunque no desde luego desde un punto de vista tan cuantitativo como estos genios de la medida me mostraron. También conocía los desatinos de Villeneuve y el tal vez excesivo respeto de Alcalá Galiano por la ordenanza; pero al final, entre todos se establece que el principal problema era la falta de práctica para la maniobra que evidenciaron las tripulaciones embarcadas en la flota combinada. ¡Caramba! De nuevo la ausencia de conocimiento, la improvisación y el dejémoslo para mañana...la impasible factura que pasa la ignorancia. Sentado frente al mar, al pie del faro de Trafalgar, contemplando la majestuosa caída del sol, paralelo a la cercana África, es inevitable pensar en el cálido recuerdo de aquellos héroes esforzados de 1805, de algunos conocemos sus nombres, de otros lo ignoramos todo, pero seguirán bien presentes en nuestra memoria, al menos mientras quede alguien que se ocupe de recordarlo y los ingenieros sigan contando.
noviembre de 2005
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