Non placet Hispania
Hoy se me ha dado por pensar en esto que se cuenta del Teniente General Mena, no sé porqué, pero este asunto de los “espadones” cabreados me recuerda una célebre frase de Erasmo: Non placet Hispania. Y lo cierto es que pese al enorme influjo que el Rotedoramo ejerció sobre los dueños del poder temporal y espiritual en la monarquía hispánica de aquel tiempo, tal fue el caso de Cisneros, nuestro Alonso Fonseca o el propio Emperador Carlos, defensor a ultranza como se sabe de la “universitas cristiana”, o a los ríos de tinta que el gran Marcel Bataillon vertió sobre las relaciones de Erasmo con España, éste nunca pisó nuestro país. Más aún, cuando en 1517 fué emplazado por el propio Cisneros a visitarle, Erasmo respondió con ese escueto y enigmático Non placet Hispania, sin ofrecer nunca mejor razón de su negativa. Una negación especialmente incomprensible viniendo de un humanista de natural peregrino cuya vida transcurrió en permanente viaje por toda Europa: Utrecht, Deventer, Bois-le-Duc, Steyn, Cambrai, todos los Países Bajos en realidad, París, Orleans, Londres, Basilea y Friburgo, Roma y Venecia, de nuevo Basilea para morir...alguien que además siempre defendió el carácter universal de su propio pensamiento, no en vano dejó dicho en una ocasión: “más que de una ciudad, prefiero sentirme ciudadano del mundo entero”. En fin, la respuesta a semejante negativa nadie la supo dar. Las claves se presienten como variadas, desde el clima cálido o los malos caminos, hasta el miedo y la prevención que la Santa Inquisición podía causar en alguien que se atrevía a proclamar con sorna: “Sancte Sócrates, ora pro novis” en un esfuerzo sincero y valiente por reconciliar religión y humanismo.
La cuestión no es baladí, y solicita reflexión, Erasmo no era especialmente miedoso ni tampoco pusilánime, su dialéctica poderosa hizo callar a los papas y se mantuvo siempre a la altura de los jóvenes evangélicos, Martín Lutero incluído, sin embargo, no quiso venir a España. Puestos a buscar explicaciones, se puede pensar que esta era por entonces una monarquía dominada en lo subterráneo por fuerzas aún oscuras y particularmente peligrosas para la salud de un filósofo. Algo se debía oler el de Roterdam sobre como nos las gastamos por aquí y eso que aún no había llegado la época de la “leyenda negra” que fué cosa como se sabe del tiempo del rey Felipe, consecuencia tal vez de sus andanzas por territorio de Flandes o del encono personal de su díscolo secretario Antonio Pérez, o más probablemente de todo a la vez. Desde luego dominaba ya en España, sinó domina todavía hoy, una dialéctica del enfrentamiento difícil de tolerar para alguien cuyo valor supremo era la paz, como le escribió al joven Carlos I en su Educación del príncipe cristiano datada en 1516: “No puede verse como justa ninguna guerra, grata sólo para los que no la tienen que sufrir”. Desde entonces a esta parte parece que la opinión y la discrepancia ideológica siguen teniendo mal acomodo en el suelo patrio y pueden acarrear serios inconvenientes a quienes defienden, sobre todo en según que lugares, la libertad de pensamiento. Así, aunque en la historiografía reciente parezca estar de moda la defensa de España como un país de evolución histórica “normal” dentro del ámbito europeo de las cosas, en este sentido no hay más que leer, por ejemplo, la exitosa obra de Juan Pablo Fusi y Jordi Palafox: “España: 1808-1996. El desafío de la modernidad” para comprender hasta qué punto se quiere presentar un país que efectuó el tránsito desde las profundidades del Antiguo Régimen a la contemporaneidad sin mayores ambages y con una esperable sucesión de los acontecimientos, en nuestra opinión tal aserto parece difícil de sostener tan gratuitamente. Por ejemplo, cuando uno se toma el trabajo de releer el discurso liberal de las Cortes de Cádiz, descubre sin mucho esfuerzo que éste tiene más que ver con la tradición de campanario del derecho hispano, lleno de religiosidad, fueros, excepciones y particularismos locales que con el igualitarismo legal y ciudadano de los revolucionarios franceses, hecho que explica, al menos en parte, el palmario fracaso del ideal nacional de España en estos momentos. Y es que nuestro país siempre ha rebosado de cuentas pendientes y cuestiones sin resolver. No tenemos más que recordar, por ejemplo, la debilidad del liberalismo decimonónico español, significativamente siempre en manos de militares: Espartero, Narváez, O’Donell, Prim, Pavía y tantos otros son ejemplo de lo que queremos decir, también la dominancia de una clase política de ínfima catadura moral, que elevó la figura del cacique a sus máximas posibilidades. Junto a ello pervivió el Carlismo, movimiento en esencia ultramontano y antiliberal, extraordinariamente pertinaz en el tiempo, causante de nada menos que tres guerras y sus corolarios, paradójicamente apoyado por amplias capas campesinas como consecuencia de una injusta y apresurada desamortización. Aquí no acaban las peculiaridades, podríamos subrayar además que en el tránsito al liberalismo España tuvo que enfrentarse con la dramática realidad de verse transportada casi de la noche al día de imperio colonial a nación de nimia importancia en la política europea, con un crecimiento industrial desigual, globalmente insuficiente y descompensado, con el florecimiento del nacionalismo más reivindicativo en las áreas (Cataluña y País Vasco) precisamente más prósperas y desarrolladas económicamente, con una cruel guerra civil y, por fin, con una larga dictadura. Nada de esto resulta especialmente normal en el referente de Europa Occidental y revela por si misma la miseria teórica en que nos toca vivir. Mala leche y cerrazón intelectual hay desde luego en todas partes, no cabe duda sobre esto, pero tampoco se puede negar que en nuestro solar patrio la cosa, leyenda negra aparte y si se mira con la necesaria perspectiva, resulta ya preocupante y hasta molesta. En fin, que por veces le dan a uno ganas sobradas de proclamar con Erasmo aquello de Non placet Hispania, o al menos, suscribir, como suscribimos, el aserto con el que finalizó Woody Allen uno de sus célebres monólogos: “ En suma, me gustaría tener algún tipo de mensaje positivo que dejarles. Pero no lo tengo.¿Aceptarían dos mensajes negativos?”
3 Comments:
No comparto esta visión.
¿Conoces este libro?
Si te refieres al de Juan Pablo Fusi, sí, desde luego, en mi opinión un manual bastante superficial y con muy poquita gracia. Sigo prefiriendo en lo económico a Tortella o Nadal y en lo político...pues al mismísimo Raymond Carr, que es bastante más entretenido.
Por cierto, muy bueno, y muy inquietante tu excelente Eurabian News
Abrazos
Perdona, es el de Gustavo Bueno, no puse enlace.
EN es sobre todo de Eowyn. Realmente es muy bueno.
http://www.fgbueno.es/gbm/gb1999es.htm
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