El barril de amontillado

Un Blog de Juan Granados. Algunos artículos y comentarios por una sociedad abierta.

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sábado, diciembre 17, 2005

0,618 o Jesús Risueño en el laberinto





“Todo nuestro razonamiento se reduce a ceder al sentimiento” (Pascal)


De entre las cosas seguras y vivificantes que aporta el otoño, una de mis favoritas es que suele haber nueva exposición de Jesús Risueño. Conocedor como soy de sus veranos febriles dedicados a la más disciplinada creación, espero cada año con impaciencia su nueva propuesta allá por el tiempo en que la tarde viene ya fresca y el espíritu se recupera del desorden estival.
Y si, Jesús que no defrauda nunca me llama puntual para enseñarme en primicia el parto que corresponde al 2004. Yo ya sabía que no hay nadie que se tome más en serio el trabajo que Jesús, pero esta vez casi me sorprende con el pasto teórico que aporta en su nueva batería de acrílicos sobre lienzo.
Tal parece que Jesús ha dedicado el verano a convivir con las entretelas de la serie de Fibonacci, con el Modulor, el rojo y el azul, de Le Courbusier, también con Koch y sus curvas, esas que parecen copos de nieve, con el infinito eterno de los fractales de Mandelbrot y hasta con Pitágoras y Heráclito llegado el caso. Contemplando con avidez sus series compruebo qué quería expresar Feigenbaum cuando afirmaba: “Las cosas operan sobre sí mismas, una y otra vez”, variante simple y a la vez afortunada del “Todo fluye” del efesio. Y, en fin, inexorablemente me quedo allí plantado en su estudio ante todo un universo de formas en permanente iteración entre geometría y gesto.
El pasado otoño había dejado a Jesús enfrascado entre sus paisajes deconstruídos, sus texturas transparentes y sus formas de rotundidad escultórica que reflejaban sobre cualquier otro supuesto el delicado juego entre orden y caos, que, de seguir la geometría menos euclidiana y convencional, vienen a ser la misma cosa contemplada a diferente escala y con diferente grado de concreción. Pues bien, estamos ahora ante una nueva vuelta de tuerca, donde además de lo anterior, que permanece evidente en un ejercicio de sana coherencia, encontramos nuevas aportaciones eruditas que preceden del mejor clasicismo. Jesús es así, en otro lugar lo definí como inquieto renacentista, hoy tira de su fama para proponernos una contingente reflexión sobre esa razón evanescente y más bien mágica que se llama proporción áurea. Ya saben, el útil criterio armónico que se construye bajo la razón geométrica: “La parte menor es a la mayor como la mayor a la suma de ambas”.
Tal vez no sepamos porqué, pero esa especial vinculación entre los lados de las cosas que se define poco más o menos por el número abreviado Φ (0,618), se nos presenta a la vista como parte de nosotros, como la plasmación estética del alma natural. No es extraño entonces que la proporción áurea regule mágicamente nuestra interpretación del mundo desde que comprendemos que la realidad construida o proyectada utilizando esta determinada razón geométrica nos resulta extrañamente familiar y agradable. Vale lo mismo que se trate de un templo griego, de la cruz cristiana, de un naipe, una tarjeta de crédito, la espiral de los moluscos, la distribución de las hojas en un helecho o de las pipas en un girasol, el elegante rizo de las olas, la belleza simple del edificio de la Asamblea General de la ONU o los principios del Modulor Courbusieriano. El caso es que la divina proporción está en todas partes, siempre nos ha acompañado y en buena medida la propuesta de Jesús se dedica hoy a reflexionar apasionadamente sobre esta idea de naturaleza y estructura o, por mejor decir de naturaleza estructurada.
De esta manera la exposición se concreta en dos series, azul y roja, destinadas a incorporar como juego el concepto áureo, que a veces el artista ha querido hacer evidente y otras no tanto, en reto permanente al espectador. Ambas aparecen vinculadas entre sí por cuadros donde el fragmento, la realidad acotada, obliga al que observa a averiguar cual es la forma matriz que ha generado la pintura, rompiendo de esta manera linealidades, tal vez para impedir que olvidemos que el arte contemporáneo nos concede poder contemplar longitudes infinitas dentro de áreas finitas, privilegio muy parecido a lo que llamamos libertad, que, al fin, aporta un vivificante contenido a la promesa que encierra la palabra geometría.
Es así como Jesús, hombre de método, en su particular laberinto de probabilidades e incertidumbres, sigue su propio hilo de Ariadna que le permite no perderse nunca, afianzado en una técnica magistral, rara ya de ver, y en una potencia conceptual aún más extraña teniendo en cuenta los parámetros convencionales del arte que con más frecuencia se nos obliga a soportar.


septiembre de 2004