11 M: Ensayo sobre la barbarie
“No hubo nada más que un relámpago amarillo cerca de su tobillo. Quedó inmóvil un instante. No gritó. Cayó suavemente como cae un árbol. En la arena, ni siquiera hizo ruido.” (Antoine de Saint-Exupéry: El Principito )
Sucede cada vez que la muerte inesperada nos visita, observamos incrédulos la barbarie; diligentes, los que viven del erario desempolvan levitas y chisteras negras, suspiran, dicen “nuestros muertos” y encabezan el duelo, luego publican un sentido manifiesto, pasean un rato la pancarta y se van juntos a comer mientras despotrican los unos contra los otros por ver quien se queda esta vez al cargo del chiringo aprovechando que el Pisuerga pasa por Valladolid. Los demás abrazamos fuerte a nuestros hijos porque necesitamos saber que siguen con nosotros y lloramos cuando las lágrimas se abren paso para liberar nuestro dolor, por ellos, por todos, y luego nada, nadie puede salvarnos de la barbarie que no cesa, sólo los bárbaros pueden dejar de serlo, no se les puede convencer, no hay manera de obligarles a prescindir del odio que diseminan con saña sus santones ignorantes.
Alrededor, en las sociedades abiertas, los bien pagados analistas le echan la culpa a nuestra insultante opulencia, al gobierno, al amigo americano, a las multinacionales, al petróleo, puede que hasta a la RENFE o al pedrisco. Pero no, los rostros bañados en sangre, las miradas perdidas para siempre, los inocentes convertidos en muñecos de trapo en posturas imposibles, todo el horror de estos días, se explica sólo de una manera, seis o siete desgraciados cargados de explosivos se suben a un tren y luego lo vuelan, sólo ellos saben porqué, no es necesario explicar la mente abyecta de un asesino, sencillamente porque no se puede, buscar explicaciones es también buscar justificaciones y las justificaciones, como ha sido notorio, sirven sólo a los intereses de los directos beneficiarios del río revuelto.
Es así que la ingenuidad de las democracias laicas, con sus valores y su moral, digamos que universal, con toda su roussoniana fe en la bondad intrínseca del ser humano, con todas sus explicaciones y garantías legales, debe causar mucha gracia a los salvajes que nos agreden de tan miserable manera a la mayor gloria de un dios tan medieval como ceniciento, concebido a su exacta y ruin semejanza.
Triste es, en suma, que sabiendo todo esto como lo sabemos desde los tiempos de Jomeini, nos dediquemos a culparnos los unos a los otros en medio de tan ominosas jornadas. Aún no he escuchado a nadie decir algo al respecto de estos miserables que vivían cómodamente entre nosotros pasando droga y gestionando locutorios telefónicos y sí mucho de nuestros gobernantes. El pensamiento occidental resulta a veces idiota en su conmiseración para con los asesinos, no hizo falta invadir a nadie para que estos mismos pollos se sintiesen justificados para segar miles de vidas inocentes en las Torres Gemelas, tampoco debemos estar seguros de que el 11-M haya ocurrido por haber montado inoportunamente una base española en Irak, a lo mejor nos matan sólo por ver qué pasa luego, para comprobar si a base de bombazos se montan un buen chiringo confesional, inauguran un nuevo orden ecuménico que nos vuelva a las profundidades del siglo XI y de paso se forran trabajando un día, un sólo e infame día al año.
11 de marzo de 2004
Sucede cada vez que la muerte inesperada nos visita, observamos incrédulos la barbarie; diligentes, los que viven del erario desempolvan levitas y chisteras negras, suspiran, dicen “nuestros muertos” y encabezan el duelo, luego publican un sentido manifiesto, pasean un rato la pancarta y se van juntos a comer mientras despotrican los unos contra los otros por ver quien se queda esta vez al cargo del chiringo aprovechando que el Pisuerga pasa por Valladolid. Los demás abrazamos fuerte a nuestros hijos porque necesitamos saber que siguen con nosotros y lloramos cuando las lágrimas se abren paso para liberar nuestro dolor, por ellos, por todos, y luego nada, nadie puede salvarnos de la barbarie que no cesa, sólo los bárbaros pueden dejar de serlo, no se les puede convencer, no hay manera de obligarles a prescindir del odio que diseminan con saña sus santones ignorantes.
Alrededor, en las sociedades abiertas, los bien pagados analistas le echan la culpa a nuestra insultante opulencia, al gobierno, al amigo americano, a las multinacionales, al petróleo, puede que hasta a la RENFE o al pedrisco. Pero no, los rostros bañados en sangre, las miradas perdidas para siempre, los inocentes convertidos en muñecos de trapo en posturas imposibles, todo el horror de estos días, se explica sólo de una manera, seis o siete desgraciados cargados de explosivos se suben a un tren y luego lo vuelan, sólo ellos saben porqué, no es necesario explicar la mente abyecta de un asesino, sencillamente porque no se puede, buscar explicaciones es también buscar justificaciones y las justificaciones, como ha sido notorio, sirven sólo a los intereses de los directos beneficiarios del río revuelto.
Es así que la ingenuidad de las democracias laicas, con sus valores y su moral, digamos que universal, con toda su roussoniana fe en la bondad intrínseca del ser humano, con todas sus explicaciones y garantías legales, debe causar mucha gracia a los salvajes que nos agreden de tan miserable manera a la mayor gloria de un dios tan medieval como ceniciento, concebido a su exacta y ruin semejanza.
Triste es, en suma, que sabiendo todo esto como lo sabemos desde los tiempos de Jomeini, nos dediquemos a culparnos los unos a los otros en medio de tan ominosas jornadas. Aún no he escuchado a nadie decir algo al respecto de estos miserables que vivían cómodamente entre nosotros pasando droga y gestionando locutorios telefónicos y sí mucho de nuestros gobernantes. El pensamiento occidental resulta a veces idiota en su conmiseración para con los asesinos, no hizo falta invadir a nadie para que estos mismos pollos se sintiesen justificados para segar miles de vidas inocentes en las Torres Gemelas, tampoco debemos estar seguros de que el 11-M haya ocurrido por haber montado inoportunamente una base española en Irak, a lo mejor nos matan sólo por ver qué pasa luego, para comprobar si a base de bombazos se montan un buen chiringo confesional, inauguran un nuevo orden ecuménico que nos vuelva a las profundidades del siglo XI y de paso se forran trabajando un día, un sólo e infame día al año.
11 de marzo de 2004
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