El barril de amontillado

Un Blog de Juan Granados. Algunos artículos y comentarios por una sociedad abierta.

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martes, diciembre 20, 2005

“Siente un pobre a su mesa”



“El mago hizo un gesto y desapareció el hambre, hizo otro gesto y desapareció la injusticia, hizo otro gesto y se acabó la guerra. El político hizo un gesto y desapareció el mago”. (Woody Allen).

Vaya por delante que no me fío de quien detesta la Navidad. Igual hasta puedo comprender muchas de sus argumentos, pero seguiré sin fiarme. Hay que tener mucha bilis en el cuerpo para no encontrar alguna razón por la que merezca la pena sentarse en torno a una mesa con los seres que, mejor o peor, te acompañan en la vida. Siempre he creído que el final de diciembre señala una especie de punto y aparte en nuestro atolondrado devenir que conviene aprovechar. Sí, ya sabemos todo eso del gesto automatizado, del rito mil veces repetido, del alocado dispendio en los grandes almacenes y, aún con todo, sigo pensando que esos días de reencuentro, de espacio compartido en torno a los iconos que gobernaron nuestra niñez, hace mas bien que mal al mundo.
A veces me pregunto como les irá en Nochebuena a los que viven consecuentemente con sus ideas y por lo tanto no creen conveniente celebrar fiestas contrarias a la objetiva y laica razón. No lo sé, pero me los puedo imaginar carcomidos por el rigor de su pensamiento, latilla de sardinas en ristre, procurando obviar el alumbrado urbano y el sonsonete de villancicos que deambula por las calles del centro. Debe ser muy duro ser consecuente, yo no lo soy y me va muy bien así, abonándome a toda cuanta francachela de amigotes me cae a la mano, todo cuanto reencuentro familiar se me ofrece, las correspondientes cenas de empresa, las visitas a los belenes, las cabalgatas de Reyes, Papa Noel o Santa Claus o quien demonios sea y esas inolvidables tardes al amor de la lumbre disponiendo en orden cartesiano los infectos adornillos que celebran el feliz natalicio del niño de Belén. ¿Qué se la va a hacer?, uno es así de tornadizo.
Tengo para mí que no soy el único, cuando mi admirado Berlanga parió en 1961 la epopeya de Plácido, aquel infeliz que transportaba para la empresa de ollas “Cocinex” todo lo que se le mandaba a bordo de su motocarro engalanado con la estrella de Oriente, ya fuese una compañía de cómicos venidos a menos, el cadáver de un desgraciado que había decidido morirse en mitad de la campaña “siente a un pobre a su mesa” o una untuosa cesta de Navidad que, naturalmente, al final no sería para él, dejó en nosotros la clara consciencia de que el miserable lenguaje del poder no cambiará jamás, pero también, en el momento en que finalmente Plácido consigue pagar la primera letra del motocarro, llega a su humilde morada y apaga por fin la luminosa estrella que ha paseado por toda la ciudad, en ese instante en que la cámara funde en negro, sabemos que en aquella casucha sin esperanza se han juntado unos cuantos corazones para agradecer que siguen vivos y que se quieren por encima de toda contingencia. Bueno, yo creo lo mismo, me siento con los que me quieren y con los que quiero, soy muy consciente de que no lo podré hacer siempre. Con que, Feliz y venturosa Navidad.

diciembre de 2005