El barril de amontillado

Un Blog de Juan Granados. Algunos artículos y comentarios por una sociedad abierta.

Mi foto
Nombre:
Lugar: Spain

jueves, septiembre 28, 2006

Dos célebres concursos


Tal parece que la falta de creatividad que domina estos tiempos manieristas, ha hecho del concurso el elemento central de las cada vez más pobladas parrillas televisivas. Entre molestos y perplejos comprobamos que hay concursos por todas partes, destinados a juzgar las habilidades más insospechadas, desde el patinaje sobre hielo a la competencia escolar de los famosos. Son, desde luego, malos tiempos para el rigor creativo, porque antaño, los concursos eran otra cosa.

Cuando uno piensa en certámenes más o menos elevados, siempre se le vienen a la cabeza dos ocasiones singulares. La primera cuando Fídias, Crésilas, Fradmón y Policleto fueron convocados por los efesios a fin de que resumieran la belleza femenina encarnada en una amazona herida, que sería destinada a embellecer el templo de Artemisa. La segunda, cuando el Comune de Florencia quiso reunir a los mejores escultores del primer Quattrocento, retándoles a condensar la belleza del relieve sobre una cartela de las que deberían componer en rigurosa geometría la Puerta del Paraíso del baptisterio de Sancta Maria dei Fiori.

No se pueden imaginar competencias más duras, el que desease vencer debería superar a los más afamados maestros del orbe. Anima saber que en ambos casos la victoria no fue para los artistas más duchos y consagrados, sino para los que mejor habían logrado reflejar el espíritu de su tiempo.

Si en el caso efesio todos habrían esperado que los sabios gobernantes de la ciudad-estado se hubiesen decantado por la elegante y estilizada amazona de Fidias o al menos por la sensual guerrera propuesta por Crésilas, lo hicieron por la obra de Policleto, por entonces mucho menos conocido, más grosero en su talla, pero magistralmente cercano a la verdadera mujer griega, a su canon de proporciones y, sobre todo, a su serena expresividad. Resultado similar tuvo la disputa florentina, cuando el pueblo esperaba que triunfase el relieve ejecutado con mano maestra por el sin par Filippo Brunelleschi, padre de la arquitectura renacentista, el premio lo obtuvo un joven desconocido llamado Lorenzo Ghiberti; la pieza de Brunelleschi era magnífica, pero todavía gótica en su concepción, la de Ghiberti era puro Renacimiento. Así que, en punto de concursos, parece que se trata más de atinar con las sutiles esencias de la innovación que de demostrar especial habilidad técnica, sobre todo si ésta proviene cautiva de supuestos ya conocidos.

miércoles, septiembre 13, 2006

Egolatría de un meme


Esto de los memes crea afición, yo casi lo agradezco, porque acostumbrado como estoy a vivir al rebufo de cordiales editores, a los que nada les gusta más en el mundo que sugerir aventuras para que uno vaya, se pelee con ellas y procure no volver sin noticias, siempre me he sentido un poco autista en medio de un blog. No soy escritor de diarios, me aburre mucho leerme a mí mismo y poco me importa lo que le va ocurriendo al individuo de mediano pasar que contemplo cada mañana frente al espejo, que por cierto, últimamente me observa con creciente perplejidad, yo creo que casi no nos reconocemos ya.

Además, el meme que hoy me propone Berlín, al que agradezco que de vez en cuando oficie de editor, es ciertamente sencillo. Se trata de que el que suscribe seleccione de entre sus post el que le parece que ha quedado más redondo, nada más fácil, pongo aquí el único que no he escrito yo y asunto arreglado, eso salimos ganando. Miel sobre hojuelas, seguro que me dan la razón.

Y como no hay meme sin traslado de condena, Antonio, que se estrena en Periodistas Digital e Ignacio, tendrán que hacer algo al respecto, porque sino lo haré yo.

jueves, septiembre 07, 2006

El “parti pris” de los neorepublicanos


Una amable lectora me reprochaba en un artículo anterior que calificase de “contradictoria” a la II República española, anunciándome de paso que si todo marchaba como debía, la instauración de la III República vendría mas pronto que tarde de la mano de una segunda legislatura del PSOE. Puede ser, no seré yo quien dude de las filias y fobias de Zapatero, si algo hemos de reconocerle es que muestra bien a las claras por donde caminan sus querencias en cada ocasión. Si además, eso es lo que en el futuro desea democráticamente la mayoría de los españoles, bienvenido será.

Claro que hay algo que no termina de casarme. Si por república se entiende un sistema de gobierno similar al imperante en Francia, Portugal, Italia o Alemania, la verdad, no veo mayor inconveniente que el que se le pueda causar a la casa de Borbón, amén de las conocidas desarticulaciones y desavenencias que a menudo ocurren en estos países entre el presidente de la república y el jefe del ejecutivo, cuando, como suele ocurrir, pertenecen a formaciones políticas distintas.

Pero por aquí no observo nada de eso, sino una clara identificación de sus promotores con los gobiernos del Frente Popular y la España convulsa de aquellos años de sangre, esto es, un episodio más de la celebérrima memoria histórica. Cada acto, fiesta, manifestación o gesto a favor de la instauración republicana parece convertirse en un viaje sentimental al pasado. En torno al pendón de la franja morada se entonan, puño en alto, sentidos loores a aquellos líderes de la izquierda que vivían atrapados entre los resabios de su educación burguesa y los empujones de la revolución. Por si aquello fuera poco, entonces, como hoy, los líderes del socialismo y de la izquierda republicana, malvivían cautivos de las veleidades de los nacionalismos periféricos. También entonces, como hoy, les concedían prebendas y estatutos, pero sin permitirles marcharse del todo, craso error, fuente general de injusticias y agravios para con la parte menos reivindicativa del país y fomento permanente del atosigante irredentismo nacionalista.

Pocos de nuestros esforzados memorialistas se ocuparán de recordarlo, pero si Patxi López y Zapatero semejan pastelear en exceso con los que hasta hace nada se ocupaban de aclarar las filas de su propio partido a base de liquidar militantes, ¿qué diríamos del bonancible Indalecio Prieto, campeón del internacionalismo obrero, subido a una tribuna del PNV entonando a voz en grito “El árbol de Guernica” junto a Jose Antonio Aguirre, casi a la vez que Lluis Companys, llevado tal vez por sus propios excesos retóricos y la presión de la Ezquerra, proclamaba en Barcelona la República Catalana dentro de una llamada “República Federal de España? ¿No es, acaso, todo esto suficientemente contradictorio y punto ininteligible? Pues a eso me refería.

Cualquiera que tenga curiosidad por ver en qué paran estos actos protorepublicanos, comprobará que acostumbran a iniciarse con himnos inocentes y pacíficos tales como “A las barricadas” o “La Internacional”, seguidos de discursos patrióticos laudatorios de políticos más bien asilvestrados y nada democráticos; Largo Caballero que siempre quiso ser bolchevique, suele ser el más mentado. Así que, supongo, para cuando se entona como colofón el himno de Riego, el rendido público asistente abandonará el acto imbuido de claro fervor revolucionario. A mi no me importa, cada uno se entretiene como quiere y como puede, la única duda que me asalta es saber si algún día estos extraños acólitos del republicanismo histórico, ecológico, nacionalista y revolucionario, decidirán pasar de sus salmodias y cánticos puño en alto a la acción directa. Dicho de otra manera, ¿Y si algún día deciden redimirnos a todos? ¿Volveremos entonces a contemplar colgando de los sorprendidos vanos de la Puerta del Sol, los espléndidos y coloristas posters con las efigies de los líderes de la más obsoleta y fracasada de las ideologías? ¿Es realmente eso lo que se busca?

Hacer bien a villanos es echar agua en la mar




A estas alturas es cosa conocida que el actor Pepe Rubianes actuará en el teatro Español de Madrid, bajo el amparo institucional del municipio regido por Ruíz Gallardón. Con motivo del evento muchos han recordado aquel aparentemente improvisado discurso enunciado por el artista en la televisión pública de Cataluña, en el que nos decía con voz temblona y descompasada lo que pensaba de España y de los españoles. Bien es verdad que luego se ocupó de matizar un tanto sus gruesas palabras, aclarando que, en realidad, se refería sólo a una parte de España, más bien de españoles, sin especificar, a los que vinculaba de cerca o de lejos con las veleidades golpistas de Tejero y sus secuaces.

Vaya por delante que nunca he sido partidario de la cultura minusválida, demandante perenne de subvenciones, dádivas a fondo perdido y cazos varios para apoyar sus inseguros y balbuceantes pasos por la vida. Una cultura de muleta incapaz de creer en sí misma y en su capacidad de seducir al espectador. Creo vivamente, por el contrario, que existen fines más adecuados para el dinero trabajosamente ganado por el contribuyente, en general no subvencionado y sí urgido por la cada vez más ramificada y prolija administración pública.

Dicho esto, me parece evidente que de entre los muchos artistas susceptibles de recibir apoyo y subvención, Rubianes ha de ser de los últimos en los que el alcalde de Madrid, en estricta justicia, debería fijar su caritativa mirada de moderno preboste compasivo con el indigente. Cuando este señor Rubianes dijo lo que dijo, no lo hizo de forma inconsciente o despreocupada, lo dijo en un entorno, TV3, donde sabía que sería aplaudido y jaleado. Sencillamente y una vez más, ayer igual que hoy, se estaba buscando cobardemente el pan a base de pronunciar ente el común las palabras que éste deseaba escuchar, ni más, ni menos. Sembraba para recoger, cultivaba los campos de la subvención que precisaba de la montaraz Generalitat de Cataluña.

Todos deberíamos preguntarnos qué hubiera ocurrido si un mal día se le diese por calificar con parecidos adjetivos a la patria catalana, o peor aún, a la intocable Euskalherría. Tendríamos al día siguiente casus belli seguido de declaración de ostracismo y fatwa aberchale dictada contra Pepe Rubianes, culpable de alta traición y de insultos gravísimos a la dignísima nación vasca. Vamos, que en tal caso, bien haría en tomar las de Villadiego, para correr a refugiarse en algún ignoto paraje de esos que ni siquiera los reporters del “Chafardero Indomable” eran capaces de alcanzar.

Pero Pepe Rubianes no lo hará, porque es muy consciente de éstas y otras circunstancias. Es sabedor de que el concepto de España tiene mala prensa, somos un país vergonzante en permanente entredicho. A base de leyenda negra y sana autocrítica, nos hemos convertidos en españoles que pisan de puntillas, atemorizados con la idea de que algún día alguien descubra que nos gusta nuestro país “un poquito” y que hasta en ocasiones, como el pasado domingo, nos sentimos orgullosos de él. Esta es cosa ya antigua y no sólo producto del victimismo ahistórico de los omnipresentes nacionalismos periféricos, también los tenidos por “muy españoles” parecen odiar sañudamente a su país, véase el caso paradigmático de Arturo Pérez Reverte, empeñado como anda en acomodar de la manera que sea aquello de “esta mierda de miserable país” y sus múltiples variantes, en todos y cada uno de sus artículos y comparecencias públicas. Ellos sabrán porqué lo hacen, entretanto Rubianes a la suya, haciendo caja a costa de la leyenda.

Pues bien, me gustaría decir que, en lo que a mí respecta, mi país, que por el momento sigue siendo España, me parece una nación notable, cargada de historia y de elementos culturales de interés extraordinario que lo más granado de la historiografía extranjera, desde John Elliot hasta Pierre Vilar, por algo vuelta hispanista, se ha ido encargando de desvelar. Si hemos tenido altos y bajos, más y menos, los demás también y, maldita sea, no parece importarles tanto.

Así que el señor Rubianes, sabiendo todo esto como yo lo se, se comporta como un villano con los españoles, conocedor de que, en el fondo, los españoles estamos hechos a ello y nos va a dar igual. En eso confía y por ello, como buen roñoso, acude a la subvención madrileña como si nada hubiera ocurrido. Pues bien, el inmortal Cervantes, español universal como tantos, dejó bien claro en alguna parte del Quijote hacia dónde conduce bailarles el agua a miserables y gentes acostumbradas a vivir de los demás: “Hacer bien a villanos es echar agua en la mar”, alguien debería decírselo al alcalde de Madrid, ni siquiera Rubianes le va a apreciar más porque el prócer local que aspira a prócer nacional, olvide que el hombre, ante todo, es esclavo de sus palabras. De no rectificar siquiera ante tal aviso, el manco de Lepanto podría aplicarle sin más ambages otro de sus célebres y bien traídos aforismos: “Haceros miel y comeros han moscas”.