El barril de amontillado

Un Blog de Juan Granados. Algunos artículos y comentarios por una sociedad abierta.

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sábado, mayo 27, 2006

Vasto cementerio donde moran los espectros













“Si Inglaterra tuviese en sus costas un puerto como el de Ferrol, su gobierno lo cubriría con una robusta muralla de plata" (William. Pitt)


Me encanta ir a Ferrol, siempre me ha dado buena suerte, tal vez porque vivo lo suficientemente lejos para no suscitar allí los resquemores habituales en la patria chica de cada quien.
El caso es que una vez más voy bien contento a escuchar las conferencias de dos buenos amigos, uno antiguo y otro reciente. El primero es Juan Antonio Rodríguez-Villasante, hasta hace nada Intendente de Ferrol, hoy al frente de la comisión encargada de gestionar el riquísimo patrimonio histórico de la ciudad. Juan Antonio será siempre para mí “el Intendente”, el digno heredero de aquellos honestos ilustrados que levantaron una villa de la nada, un investigador industrioso y sagaz del que he aprendido mucho y del que sigo aprendiendo. El segundo es el Teniente General Luís Alejandre Sintes. Resulta que el general Alejandre y el que suscribe compartimos editorial e inquietudes históricas, en nada publicará en Edhasa un libro que sorprenderá a muchos por su curiosidad y la fina erudición que supone: La guerra de la Cochinchina. Cuando los españoles conquistaron Vietnam. En el cara a cara, Alejandre resulta ser una persona afable y encantadora, se ha leído de un tirón mi Sartine y lo hemos pasado muy bien comentándolo. El caso es que mis dos amigos bordaron sus conferencias sobre las fortificaciones de la ilustración, aprendí mucho como siempre y también, como suele ocurrirme, entre fotos de tenazas, hornabeques, fosos y otras sutilezas de la ingeniería ilustrada, no pude evitar recordar como había comenzado todo aquello.
Corría el año de gracia de 1747, en el real sitio de Aranjuez un ministro permanentemente preocupado atosigaba al rey Fernando VI con cientos de avisos políticos y representaciones por ver de enderezar las cosas del reino. Era don Zenón de Somodevilla, el marqués de la Ensenada, un pantófilo listo y bienintencionado que resumía en sí mismo todas las buenas virtudes de la primera Ilustración. Esta vez don Zenón había reparado en el preocupante abandono en el que vivía la marina del rey, ya por entonces prácticamente inexistente: "es menester confesar que la marina que ha habido hasta aquí, ha sido de apariencia, pues no ha tenido arsenales, que es el fundamento" , sin embargo, decía: "No hay potencia en el mundo que necesite más las fuerzas marítimas que la de España, pues es península, y tiene que guardar los vastísimos dominios de América que le pertenecen; y mientras la España no tiene una marina competente, no será considerada de Francia e Inglaterra, sus émulas más inmediatas”. Como nadie parecía hacerle caso, un año después seguía insistiendo con su conocida y bastante inoportuna machaconería: “Sin marina no puede ser respetada la Monarquía española, conservar el dominio de sus vastos estados, ni florecer esta península, centro y corazón de todo". Al fin, el melancólico rey terminó por ceder y permitió la construcción de nuevos arsenales en Cartagena, Cádiz y Ferrol.
Ferrol era por entonces un pueblo más de pescadores de bajura, felices habitantes de una ría de condiciones inmejorables para albergar una base naval por su profundidad, fácil defensa y seguros aferraderos. Poseía además la ventaja de verse libre del Teredo Navalis, la destructiva broma responsable principal del deterioro de los cascos de madera. Subsistía en la ría un pequeño arsenal en A Graña, por entonces ya prácticamente inactivo y poco más. Fue a partir de este momento cuando se comenzó a construir el gran arsenal y astillero del noroeste peninsular, a tal ritmo que ya en 1751 Ensenada podía escribir orgulloso a su rey: “En la marina no se ha adelantado tanto como V.M. desea, pero no obstante se ha continuado el arsenal de La Carraca y se está trabaxando con la actividad possible en los nuevos de Ferrol y Cartaxena que V. M. ha aprobado y mandado se construyan, no dudando los inteligentes que serán perfectos, porque se ha copiado lo mexor de los de Europa y excluido lo malo de ellos” . Desde entonces y hasta la caída en desgracia del ministro, Ferrol no cesó de construir navíos de línea por docenas, siguiendo los acertados despieces de Jorge Juan, nuestro espía en Londres, convirtiéndose a la vez en la villa más populosa y cosmopolita de Galicia, con más habitantes que Santiago de Compostela, la principal del Reino. Se construyeron barrios enteros con el elegante sentido ortogonal y neoclásico cuyas trazas aún hoy se pueden observar en Esteiro y sobre todo en A Magdalena. Aquel formidable monocultivo industrial impulsado por la monarquía creó una villa próspera de demografía casi californiana que, un mal día, vio truncado su desarrollo por una nueva decisión institucional.
Es sabido que cuando Ricardo Wall pasó a encargarse de los negocios de marina, dejaron de construirse buques en Ferrol, tal vez en un esfuerzo inútil y más bien estúpido de contentar a los amigos ingleses del ministro. Como efecto más visible de aquella decisión, la villa comenzó a languidecer inexorablemente, hasta el punto de que a ojos de sus contemporáneos Ferrol se estaba convirtiendo en humo, en nada: “A partir de 1796, en que se botó al agua el último navío de línea, desapareció el bullicio y la actividad. El Ferrol deja de ser el emporio de un departamento magnífico, asombroso y pasmo de Europa, para trocarse en un espacioso hospital y vasto cementerio donde moran los espectros” decía una representación de principios del siglo XIX dirigida por la ciudad a las Cortes españolas.
Mas tarde vinieron los astilleros civiles, nuevos éxitos y también nuevas crisis. Hoy, una vez más, contemplamos decisiones institucionales que siembran desazón y rabia en la comarca. Es una historia cíclica, parece que a cada paso alguien se empeña en no aprovechar las condiciones físicas y el extraordinario capital humano que atesora la ría ferrolana desde hace dos siglos. Y sin embargo, para quien tenga ojos para ver, decir Ferrol es decir también industria y construcción naval, eso estaba ya bien escrito cuando se formó la ría allá por las primeras regresiones del cuaternario. Hará falta voluntad, trabajo y vergüenza para levantar esto una vez más, que así sea, los ferrolanos no sólo lo necesitan, también se lo merecen.

sábado, mayo 20, 2006

La educación según la doctrina socialista, esa cosa con plumas.


“Más que en ninguna época de la historia, la humanidad se halla ante una encrucijada. De los dos caminos a tomar, uno conduce al desaliento y a la desesperanza más absoluta. Y el otro a la total extinción. Roguemos al cielo sabiduría para elegir lo que más nos conviene”

Woody Allen, Mi discuso a los graduados.

Es fama que cuanto más evanescente, pseudocientífica o traída por los pelos resulta una materia, paraciencia o disciplina, más se empeñan sus practicantes en presentarla como ininteligible por la muy confundidora vía del cripticismo. Se gana con ello, según puede parecer, una cierta areola de beatitud y dignidad académica muy conveniente para el fomento de la autoestima del especialista, pero las consecuencias para el procomún pueden resultar poco prácticas y hasta desoladoras.
Así, diremos que aunque ya se hartó de repetir en vida Don Xavier Zubiri que los experimentos deben hacerse con gaseosa, la sociedad civil española se ha pasado los últimos treinta años, a lo que parece sin mucho éxito, experimentando con el sistema educativo que debían seguir sus infantes “no universitarios”.
Naturalmente, no pretendo repasar aquí todo el corpus de leyes, decretos y correcciones que la administración educativa ha venido implantando desde la ley de educación de 1970 hasta la reciente y polémica LOE que, básicamente, se muestra continuista con la LOGSE socialista de 1990, relegando al olvido la non nata ley de Calidad de 2002. Tampoco se necesita para constatar una evidencia principal, si desde los años setenta se introdujo en el sistema educativo un nuevo paradigma basado en “difundir los conocimientos apoyándose en un poco de pedagogía, para destronar la torpe memorística”, las últimas implantaciones han pasado a “difundir los principios pedagógicos apoyándose en unos cuantos conocimientos no necesariamente ordenados”. La clave de todo esto reside en la influencia hegemónica y totalizadora de unos pocos conceptos extraídos por los pedagogos directamente de la psicología evolutiva (el célebre constructivismo de Piaget y Vygotsky en particular), donde señorea una expresión mágica, casi taumatúrgica y supuestamente desfacedora de entuertos: El aprendizaje significativo.
Aprender significativamente viene a ser algo así como “tomar conciencia”, mi querido Berlanga diría enseguida por boca del marqués de Leguineche: “que es como se le dice ahora a darse cuenta de las cosas”, para, a partir de ahí construir el edificio del saber. La teoría, que defiende aprehender las esencias del conocimiento desde lo conocido, cercano y particular hasta lo general, parece en principio adecuada y hasta saludable, aunque en mi opinión no pase de ser un mero discurso verbal tendente a la promoción del saber de campanario, tan caro a los intereses de la propaganda nacionalista. Ikastolas, galescolas, toda esa suerte de cédulas de adoctrinamiento y propaganda, han encontrado aquí la excusa perfecta para reconstruir la historia desde ópticas tan interesadas como falsarias.
Lo pernicioso de todo esto es que una cosa es el pensamiento de laboratorio y otra distinta son las consecuencias de su alegre aplicación práctica sobre millones de sujetos pacientes. De hecho, una vez desarrollada en su totalidad la penúltima reforma educativa, los resultados objetivos distan tanto de la excelencia prevista, colocando a nuestro alumnado en el mismísimo furgón de cola de Europa, que ya tenemos encima una nueva ley destinada a parchear la anterior. La extensión de la enseñanza obligatoria hasta los 16 años, en la práctica los 18 como todo el mundo sabe, que parece una medida de estricta justicia, defensora de la igualdad de oportunidades, implica que la ESO debe incidir en la adquisición por parte del alumnado de lo que se llaman capacidades y destrezas antes que en la adquisición de conocimientos más puramente conceptuales. Como resultado no deseado parece evidente que nuestros estudiantes ignoran ahora mucho de lo que objetivamente no deberían ignorar, circunstancia especialmente preocupante para aquellos que deseen continuar estudios, pero no sólo para ellos. Si a esta realidad añadimos otras como el establecimiento de unos difusos criterios de promoción de curso que causan la presentación por parte de padres y alumnos de verdaderos manifiestos de agravios, auténticos cahiers de doléances, ante las direcciones de los centros cada mes de junio, la proliferación de las eufemísticamente llamadas “conductas disruptivas” o “contrarias a las normas de convivencia” protagonizadas en su mayor parte por aquellos que no quieren seguir en los institutos aunque la ley y sus padres les obliguen y la aparición de la aún más patética figura del “objetor escolar”, podremos apreciar lo proceloso del panorama educativo actual, donde un profesor se ve obligado a contemplar como sus alumnos más indolentes promocionan de curso “por imperativo legal”, pasándose por el mismísimo forro de los propios la opinión de su consternado maestro y, de paso, un curso entero de explicaciones y exámenes. A la vez que ocurre esto y para general asombro, Zapatero, tautológico compulsivo, pregona por todas partes que “hay que dignificar la función docente”. Como si el Estado, cualquier Estado, estuviese en condiciones de conferir algo tan evanescente e individual a un colectivo. Gracias a la providencia la dignidad se lleva puesta y no depende de contingencias como el puesto de trabajo que cada quien desempeña. Pero esto, como tantas cosas básicas, parece ignorarlo nuestro avispado colectivista, empeñado como está en conceder autonomía libertaria a nuestros rapaces, algo que, creo recordar, ya quiso hacer Pol Pot en Camboya, con los resultados que todos conocemos. ¡Curiosa manera de dignificar al profesorado es esta!, permitiendo que las notas que los profes otorgan a sus alumnos representen al final menos que humo.
De hecho, cuando los hoy llamados profesores de secundaria se presentaban a las plazas públicas para los extintos profesores agregados y catedráticos de instituto, al aprobar, estampaban su firma en un contrato que establecía su vínculo con la administración para impartir clases en institutos públicos de bachillerato, esto es, enseñanza voluntaria o postobligatoria. Pues bien, con la incorporación de la Logse socialista, el colectivo mencionado fue asimilado a otros como el de profesorado de formación profesional y enviado por decreto a las inclementes profundidades de la ESO, es decir, enseñanza obligatoria para todos los alumnos entre 12 y 16 años. Resultaba obvio que el perfil del puesto de trabajo no era el mismo, pero la experiencia de todos estos años de peregrinación a través de la reforma educativa, demuestra hasta qué disparatado punto no es lo mismo. Por decreto se ha convertido a un profesorado destinado a impartir su materia a un alumnado que la demandaba voluntariamente, en un funcionario cuartelero obligado a presentarse legalmente inerme ante un pandemonium de alumnado joven y heterogéneo, donde aproximadamente la mitad ni ha solicitado, ni quiere estar allí. El resultado es que la calidad de vida del ufano profesor de bachillerato de otrora ha cambiado tanto que ya nada tiene que ver con los felices tiempos de la voluntariedad. Ahora se ve obligado a modificar su amoroso discurso intelectual por tareas de vigilancia, de asesoramiento psicológico, de atención a padres que presentan en general la misma objetividad cara a la conducta de sus hijos que la que mostraba “Ma Dalton” ante el FBI, a estremecerse con lo que se cuenta sobre la violencia en los centros educativos, en suma a ejercer funciones de guarda y custodia obligada hasta, al menos, el solsticio de verano, para las que no ha sido contratado y para las que nunca se le hubiese ocurrido haber optado. Una flagrante conculcación de derechos que nadie ha tenido la decencia de explicar jamás.
Sin pretender señalar recetas a nadie, sólo apunto dos reflexiones: la primera es que seguramente la cosa no pasa porque nuestros muchachos vuelvan a memorizar la lista de los reyes godos, pero en algún punto se habrá de buscar el equilibrio en medio de un efecto tan radicalmente pendular. La segunda es que desde siempre se sabe que el conocimiento no admite atajos, hay que dominar la técnica, pero también hay que aprender con esfuerzo y dedicación, incluso lo que a primera vista parece inútil, si permitimos que nuestros chicos continúen dedicándose al “corta y pega” mientras se les pretende “educar para la ciudadanía”, en una suerte de adoctrinamiento sectario a caballo entre el materialismo histórico y el más cerril de los nacionalismos, este país fragmentario y tristón que aún se llama España se irá definitivamente al pozo de inmundicia donde a algunos les gustaría verlo más pronto que tarde.

viernes, mayo 19, 2006

¡Que vuelva Simon!


“Suele también engendrarse la concordia, generalmente, a partir del miedo, pero en ese caso no es sincera. Añádase que el miedo surge de la impotencia del ánimo y, por ello, no es propio de la razón en su ejercicio, como tampoco lo es la conmiseración, aunque parezca ofrecer una apariencia de moralidad” (Baruch Spinoza, Ética, parte IV, capítulo XVI)

Viena es una ciudad bien parida, como Dios manda, con su café, su tarta Sacher y su música festiva.
No extraña que haya sido la patria chica de Simon Wiesenthal, el justiciero. El viejo Simon ha decidido morirse porque ya no tenía nazis que buscar, los asesinos que todavía quedaban en su lista o estaban ya bien muertos o eran tan ancianos que no podría empujarlos ante un tribunal.
Una suerte poder morirse con la sensación del deber cumplido, y no fue fácil, al valeroso captor de sabandijas como Adolf Eichmann, “padre espiritual” del genocidio, Karl Silberbauer, el simpático captor de niñas como Ana Frank, Franz Stangl, comandante del campo de la muerte de Treblinka y tantos otros, más de 1.100 ex-nazis en total, hubo de vérselas con el poder del olvido. Un olvido muy bien orquestado, criminalmente orientado a negar la existencia misma del Holocausto. En plena guerra fría, Simon Wiesenthal se había vuelto un tipo molesto, eran los comunistas quienes inquietaban, no los antiguos nazis convertidos ahora en dentistas de éxito o en altos funcionarios de los gobiernos occidentales.
Para el poder siempre ha sido más fácil olvidar, negociar tibias salidas, leyes de punto final que le permita proporcionar cómodos carpetazos a los conflictos enquistados. Pero esto siempre se hace sobre el silencio de las víctimas, extendiendo una mordaza de dolor sobre los que menos pueden y más sufren por ello, Simon lo sabía bien y no quiso permitirlo. Su valiente actitud nos deja una buena enseñanza, los criminales deben rendir cuentas de sus fechorías, no vale mirar para otro lado, no vale mantenerlos con subvenciones; los pobres, que no saben trabajar en otra cosa; no vale ceder a sus cobardes chantajes, aunque solo sea porque les va a dar lo mismo, siempre querrán más. Primero será acercarlos a casita, luego excarcelarlos, después la concesión de un sueldillo y más adelante nombrarlos próceres locales.
Tal vez por eso, cuando oigo lo que oigo, cuando veo lo que veo, recuerdo a los que ya no están, también a los que han tenido que marcharse y pienso que ojalá que no nos gobernase este botarate cautivo de un puñado de votos y triste aspirante al Nobel de la paz, que cuando nos escupen, como en Barañaín, como a la valiente Gotzone, dice que llueve para no molestar a los pistoleros. ¡Hay Simón! ojalá volvieras a poner orden, a mirar a la cara a los asesinos para decirles aquello tan bonito de Clint Eastwood: “¡Anda, cretino, alégrame el día!

miércoles, mayo 17, 2006

Miserias literarias


“Lo opuesto a una masa humana es cualquier red de personas singulares, tejida sobre la substancia de sus diferencias, y abierta creativamente a flujos aleatorios.” (Antonio Escohotado, Caos y Orden)

Tenía yo un profesor en la primera infancia que cuando se le inflaban las narices con algún alumno díscolo le espetaba: “Tú, chaval, o eres tonto o eres malo, no cabe otra”
Aunque no tengo noticia de que alguno de mis colegas quedase especialmente zaherido en su honor o menoscabado en su dignidad ante tal exabrupto, hoy en día mi profesor sería inmediatamente conducido por padres, municipios y sindicatos ante los tribunales bajo grave acusación de crueldad mental o algo peor. Sin embargo, es inevitable, a mi la expresión me hace gracia y aún hoy me resulta útil como instrumento de reflexión más o menos cotidiana.
Y digo esto, por ejemplo, porque en cierta ocasión fui paseado no siempre por mi voluntad sino más bien al contrario por diversos saraos, presentaciones y mesas redondas celebradas con ocasión de la Feria del libro de La Coruña. Mentiría si dijese que no disfruté con las palabras de muchos de los autores que por allí andaban, sin embargo no con las de todos. A través de los inflamados discursos de algunos, también de algunas, pero aún me resisto a escribir de tan agónica manera, pude comprobar certezas que preferiría no tener. Esto es, se hace evidente la pervivencia de una subespecie intelectual poco trabajadora y más bien indolente pero muy apreciada por los puristas del papanatismo que se caracteriza por haber escrito un par de novelas definitivas de 99 páginas impresas en tipografía gigantesca, también largos e inflamados poemarios de treinta folios u obras de teatro de 18 frases. Una vez conseguido esto, parecen quedar transidos de un halo de beatitud, de una suerte de canonización literaria que les permite opinar sobre cualquier asunto con una altura retórica encomiable, soltando pasto intelectual al desapercibido procomún. Algo que podríamos dar en llamar sin ir mas lejos y para que se me entienda: “el lucrativo efecto Ramoncín”.
Así, a lo largo de aquella semana me he ido enterando de algunas verdades eternas que antes no me lo parecían tanto. Por ejemplo escuché a un adusto y más bien malencarado poeta defender vehementemente la necesidad de mantener saneadas sus cuentas personales a través de la subvención pública de sus, al parecer, imprescindibles producciones culturales. De paso, defendía también, aunque veladamente, una opción política que se confiesa, anno 2006, marxista-leninista, entendida como la única salvadora, patriotico-nacionalista y decente. Cuando ya me marchaba todavía pude escucharle proclamar algo sobre la necesidad de imponer a nuestros infantes el aprendizaje de la lecto-escritura en el idioma que mejor a él le parecía, independientemente de la lengua materna de cada quien que es lo que siempre ha defendido la buena pedagogía y el sentido común. En fin, en bien poco tiempo el brillante fulano desplegó un verdadero batiburrillo ideológico plagado de contradicciones aparentemente difícil de superar.
Sin embargo parece que todo es susceptible de empeorar, porque al día siguiente me encontré con un par de sujetos tan envarados y tristes como el anterior, por los cuales me pude enterar que las lapidaciones de adúlteras en Arabia Saudita son un “rasgo cultural del Islam”, que el terrorismo de ese signo que ataca sobre todo a civiles indefensos es “mera consecuencia de la opresión occidental” , que los rebanadores de cuellos de camioneros en Irak representan “la valiente resistencia popular” o que “el fanatismo tiene su razón de ser en un mundo globalizado”.
Como el que suscribe tiende a divagar, no me costó mucho construir en el pensamiento ciertos paralelismos. Encontré entonces que estos tipos se parecían mucho a aquellos “otros” intelectuales que como Marguerite Duras abrazaron sistemáticamente el camino de la irracionalidad para, por ejemplo, enviar al ostracismo a Albert Camus por tener sus propias ideas sobre el terrorismo de masas y el FLN argelino. Los mismos que, ciegos ante cualquier realidad, apoyaron durante años las purgas estalinistas, es sabido que Bertolt Brecht llegó a decir sobre los viejos bolcheviques ajusticiados en los procesos de Moscú: “Ésos, cuanto más inocentes son, más merecen ser fusilados” , aquellos que como Günter Grass o García Márquez apoyan hoy contra viento y marea el castrismo tardío, segregando de paso a Vargas Llosa por no suscribir sus tesis más bien disparatadas. Podríamos continuar hasta el infinito, no es necesario para constatar una vez más que creatividad e inteligencia no siempre parecen caminar juntas.

domingo, mayo 14, 2006

Utopía y Libertad o porqué Zapatero soporta a Morales



Nace el pez, que no respira,
aborto de ovas y lamas,
y apenas bajel de escamas
sobre las ondas se mira,
cuando a todas partes gira,
midiendo la inmensidad
de tanta capacidad
como le da el centro frío:
¿y yo con más albedrío
tengo menos libertad?

(Calderón de la Barca: La vida es sueño)

“¡Ay mísero de mí! ¡Y ay infelice!”, eso, poco más o menos, fue lo que se me ocurrió decir, emulando al inmortal Segismundo, al contemplar el enésimo éxito internacional de nuestro particular Mr. Chance.
No es para menos, ha sido curiosa de ver la última boutade de Evo Morales en la cumbre de Viena. Orgulloso de su hazaña nacionalizadora, convencido de su papel en la Historia, espeta contra Zapatero el sermón global, la reprobación pública de sus actos, le afea la conducta por no haberse espabilado lo suficiente en condonar la deuda exterior que Bolivia mantiene con España, ¿qué hay, además, señor Zapatero, de la duplicación de ayudas si triunfaba el mesías indigenista, o sea yo?, le dijo, ¡ah, españoles!, esos ladrones voraces y dilapidadores, tras 500 años de sujeción y oprobio siguen sin cumplir sus promesas…Bien es verdad que el cocalero en teniendo a Zapatero frente a las narices, pareció dulcificar un tanto el discurso, no fuese que nuestro líder indomable le mandase a tomar viento.

Pues no tenía de qué preocuparse, las actitudes del gobierno socialista, esclavizado por un líder incapaz de abandonar tres o cuatro principios ramplones mal aprendidos y peor asimilados en la edad universitaria, jamás mostrarán la menor firmeza contra cualquiera que se proclame luchador social de izquierdas. Con Repsol recién tomada por la colectivización revolucionaria, nuestro firme e infatigable gobierno responde a Don Evo pasteleando con buenísimas palabras: Que no se enoje, que claro, que se hará lo prometido, que estas cosas llevan su tiempo…en fin, poco más o menos lo mismo que le dice a Chávez o a Castro, o lo que podemos suponer que le están diciendo a ETA. Buenas intenciones y hágase tu voluntad. Y es que con estas cosas de la ideología pasa que una vez que se aprenden los principios, cuesta mucho abandonarlos, a algunos les ocupa años, otros no cambian en la vida, tengo para mí que Zapatero pertenece a esta última e irredenta categoría: la insoportable milonga sectaria de la memoria histórica, lo poco que le importan los homúnculos con los que permite jugar a los alquimistas del reino, la desfachatez con la que maltrata a los débiles, a las víctimas de ETA, parece que también a las viudas, no apuntan a nada bueno, no, Zapatero no cambiará jamás, antes nos querrá cambiar a todos (y a todas, como dicen estúpidamente siempre que pueden él e Ibarreche, en ese discurso fatuo del “quedabien”), que permitirse encaminar uno solo de sus pasos hacia la sensatez.
Así que, para que se entienda, la radiografía del asunto presenta a un tipo de indumentaria concisa, bastante extraño y punto iluminado, defensor de una ideología inútil, periclitada desde hace décadas, que se queda con las propiedades ajenas y, en un ejercicio de monumental desvergüenza, acude a casa de los expoliados y les riñe por no espabilarse lo suficiente con la subvención a su chiringo colectivo. Pues bien, todo lo que responde el gobierno, en vez de enviar al muchacho de la chompa directamente a la recolecta del guano, que sería lo normal, le dice amablemente y con un punto temblón, al inigualable estilo Moratinos, que tenga paciencia que será convenientemente atendido.

La cosa tiene enjundia y da que pensar. Nos obliga a cavilar, por ejemplo en el incomprensible, o no tanto, éxito del historicismo, ese creer, con Evo, con Zapatero, que todo acontece en estricto cumplimiento de ciertas leyes sociales inalterables, que se cumplen de forma tan inexorable como el verano sucede a la primavera. Que la Historia siempre se repite, que no hay nada que el ingenio humano pueda aportar al respecto. La premisa, en suma, de la explotación del hombre por el hombre que sólo terminará con un trasunto de isonomía instaurada por un estado en permanente y totalizadora vigilancia, eternamente ocupado en un presunto y justo reparto. Sólo así se entiende la sintonía de Zapatero, socialista y de izquierdas ante todo, según pregona ante cualquiera que le preste oídos, con la tripleta americana, o sea Fidel, Chávez, Evo y los que van viniendo. Creíamos que los partidos socialistas europeos habían superado definitivamente el sarampión del dogmatismo marxista, somos socialistas antes que marxistas, dejó dicho Felipe González, pero parece que aquello era sólo una postura estética, para su sucesor leonés, Marx, o al menos su personal interpretación, existe, vivo y muy lozano, y cada día que pasa nos ofrece una nueva muestra de ello. Su obsesión en uniformarnos, en igualarnos, en regirnos bajo el encorsetamiento de miles de leyes, cuantas más mejor, véase el Estatut, empeñado en regular hasta los paisajes públicos, colocan a este gobierno cautivo de los enemigos de la libertad, no puede luchar contra ellos por la sencilla razón de que se han convertido en sus verdaderos aliados ideológicos. Un ejemplo más de esa conocida dicotomía entre utopía y libertad, que tan bien semblaba Isaiah Berlín, que va camino de convertirse en nuestro autor del mes, es largo, pero merece la pena:


“Nuestra época ha sido testigo del choque de dos puntos de vista incompatibles: uno es el de los que creen que existen valores eternos, que vinculan a todos los hombres, y que los hombres no los han identificado o comprendido todos aún por carecer de la capacidad moral, intelectual o material necesaria para captar ese objetivo. Puede ser que nos hayan privado de este conocimiento las leyes de la propia historia: según una interpretación de esas leyes es la lucha de clases la que ha falseado nuestras relaciones mutuas hasta el punto de cegar a los hombres e impedirles ver la verdad, imposibilitando con ello una organización racional de la vida humana. Pero ha habido progreso suficiente para permitir a algunas personas ver la verdad; a su debido tiempo, la solución universal quedará clara para la generalidad de los hombres; entonces se acabará la prehistoria y empezará una historia verdaderamente humana. Eso sostienen los marxistas, y quizás otros profetas socialistas y optimistas. Pero no lo aceptan los que afirman que los deseos, puntos de vista, dotes y temperamentos de los hombres difieren permanentemente entre sí, que la uniformidad mata; que los hombres sólo pueden vivir vidas plenas en sociedades que tienen una textura abierta, en las que la variedad no se tolera simplemente sino que se aprueba y se estimula; que el desarrollo más fecundo de las potencialidades humanas sólo puede alcanzarse en sociedades en las que haya una amplia gama de opiniones (libertad para lo que J. S. Mill llamó “experimentos vitales”), en la que haya libertad de pensamiento y de expresión, en la que puntos de vista y opiniones choquen entre sí, sociedades en las que los roces y hasta los conflictos estén permitidos, aunque con reglas para controlarlos e impedir la destrucción y la violencia; esa sujeción a una sola ideología, por muy razonable e imaginativa que sea, arrebata a los hombres la libertad y la vitalidad. Quizá fuese esto lo que quería decir Goethe cuando, después de leer Système de la Nature de Holbach (una de las obras más famosas del materialismo francés del siglo XVIII, que abogaba por una especie de utopía racionalista), dijo que no podía entender cómo podía aceptar alguien una cosa tan gris, tan lúgubre, tan cadavérica, tan vacía de humanidad, de arte, de vida, de color. Para los que abrazan este individualismo de tinte romántico, lo que importa no es la base común sino las diferencias, no el uno sino los muchos; para ellos el ansia de unidad (la regeneración de la humanidad por la recuperación de una inocencia y una armonía perdidas, regresar de una existencia fragmentada al todo universal) es un espejismo infantil y peligroso: eliminar toda diversidad y hasta todo conflicto en pro de la uniformidad es, para ellos, eliminar la vida misma.”

De “La Decadencia de las Ideas Utópicas en Occidente” [1978] en Isaiah Berlin (edición a cargo de Henry Hardy), El Fuste Torcido de la Humanidad: Capítulos de Historia de las Ideas.Barcelona: Ediciones Península.

“¡Ay mísero de mí! ¡Y ay infelice!”, decía al principio, no es que me encuentre en estado tan lamentable, sino seguramente más lisonjero, pero sostengo que el lamento compartido permite las más de las veces soltar el lastre que causa el disgusto. Además, al menos nos resta el consuelo de saber que por fortuna todavía vivimos en democracia y las urnas pueden cualquier día enviar a estos tipos que nos rigen a la escuela de primeras letras de la que nunca han debido salir, al menos sin un sambenito bien grande y bien ostentoso que nos pudiera avisar puntualmente del peligro que traían consigo, señaladamente la visión interesadamente sesgada de la realidad, una trayectoria vital de poco estudio y mucha asonada, una capacidad de razonamiento limitada a los preceptos del catecismo historicista y una vida civil inoperante cuando no nula. Es lo que tienen las sociedades abiertas, permiten suponer un futuro razonablemente halagüeño, como decía Raymond Aron: “Hay que ser siempre pesimista en el presente, activo en el futuro inmediato y optimista a largo plazo!”

jueves, mayo 11, 2006

Fragmentos de Berlín Smith

Bien pudieran ser otros, o al menos más completos, pero el Acrobat que poseo no es muy ducho seleccionando texto, tengo un conserje de mano que consigue cualquier cosa, por ejemplo la versión buena del Adobe, también, si se tercia, una flauta nasal Abisinia, pero en fin, tendría que tenerlo en mi poder, hoy no es el caso. No obstante, una vez obtenida la venia de nuestro discreto amigo, ahí les dejo unos retazos de buena literatura. No me negarán que tiene un aire urbano y prometedor, como de Brooklyn, así debió empezar Paul Auster.


De: Entré en el retrete del aeropuerto

“Me han extraído las células madre de algún sitio. Han cultivado varios pedazos de tejido neuronal y me los han reimplantado en el cerebro. Al despertar, me han preguntado por mi nombre. Yo no lo sabía. Han comprobado que ya no me orino espontáneamente e incluso veo mejor. Dicen que iré recordando cosas poco a poco y que, lo normal, es que se pierdan parcialmente los recuerdos. En algunos casos, se olvida cómo leer y escribir, también se pierde parte del habla. Pero estás vivo, dicen. Mi sobrina se lleva a sus hijos del costado de mi cama porque no quiere que vea los dibujos que hago. Me han dicho que dibujar ayuda a recuperar la memoria en el cerebro nuevo. Yo sólo pinto mierdas y pollas azules, en cuadernos enormes de papel blanquísimo. Termino una mierda y hago otra, termino una polla – azul – y dibujo otra. Debo haber perdido oído, porque me gritan y me dicen que los nietos de mis hermanas no se llaman Inés, que la enfermera tampoco se llama Inés, que yo no me llamo Inés, que mis hermanas no se llaman Inés.”

De: Existen dos maneras de enamorarse

“es que en todos los casos, los descubrimientos y las nostalgias no son más que engaños y pequeños juegos de la mente que nos hacen creer que eso es la realidad, cuando la realidad no es más que la novedad y el olvido de la rutina, el olvido de los momentos que son el día a día verdadero de lo que creemos que es nuestro amor, que no es más que nuestra dependencia de realidades creadas por nuestra memoria mentirosa y nuestra falta de recuerdos que den sosiego a las percepciones nuevas.”

De: Se me durmió el corazón en una tarde de lluvia

“¿Qué pasó con mis palabras? Yo sé que mis palabras han sido siempre de buena voluntad, a propósito han incluido suaves retos, suaves explicaciones. Se me quedó dormido porque se volvió a convertir en un juego repelente y solamente yo tengo la culpa de haberlo creado y de haberlo metido en él y de que se me haya ido de las manos. Llovía. Me llovía e hiciste que se quedara dormido, saturado porque ya no quedaba espacio para la ilusión y tú le quitaste el último cuartito de fascinación. Palabras; me las quiero comer todas. Me siento tan defraudado. Tan solo ahora mismo. Y yo no sé qué pasa que todas las veces que decido poner fin a tanto dolor de cabeza siempre encuentro alguna razón para mirarte con buenos ojos. Se me durmió y casi sentí que eras capaz de avivarlo. Siempre se me ocurre por la noche, a solas con mis reflexiones en fósforo verde.”

domingo, mayo 07, 2006

A Propósito de (Berlín) Smith


“Si alguien merece el homenaje de la humanidad, deben ser aquéllos que descollaron en el mundo del intelecto y la cultura antes que en el de la conquista y el poder". Isaías Berlin (Personal Impresion)

Cualquiera que acostumbre a pasearse por espacios sensatos de la blogosfera lo conocerá, publica asiduamente
Noches confusas en el Siglo XXI, un blog que, desde que he dado con él, consulto diariamente como quien consulta el parte metereológico, por ver si el día amenaza lluvia o bien puede uno salir a la calle razonablemente despertrechado de objetos engorrosos. Berlín Smith, así se hace llamar nuestro hombre, desparrama sabiduría de la antigua en cada artículo, no es un conocimiento de manual, que también, sino esa especie de conciencia sosegada y ecuánime tan difícil de encontrar, la que sólo irradian de forma natural aquellos a los que el santo demiurgo o el gen egoísta les ha concedido, vaya usted a saber porqué, el beneficio de las luces. Y a fe mía que las usa con generosidad y a plena satisfacción. A cada poco, muy poco por cierto, este trabajador muchacho nos regala unos cuantos retazos de realidad para que el común nos devanemos un rato los sesos maquinando el si es no es de la economía política, una delicatesse absolutamente recomendable, difícil de encontrar en estos tiempos extraños de ideologías ligeras y más bien medievales e irredentistas.
Me anda en la cabeza el porqué del pseudónimo, la verdad es que nunca me he atrevido a preguntárselo, aunque puesto a elucubrar, el Berlín bien podría venirle en recuerdo a Isaías Berlín, el viejo profesor británico de origen letón, campeón del pensamiento libre, homenajeado por Vargas Llosa en “El hombre que sabía demasiado”. Existe la posibilidad, también, de que a un tipo tan viajado como él, Berlín (ciudad) le resulte un lugar digno de verse incorporado a la familia, pero lo creo menos. En cuanto al Smith, bueno, su vinculación con el apóstol de la mano invisible me parece más que probable, claro que me puedo equivocar, con los pseudónimos nunca se sabe.
Pero en el fondo no era de eso de lo que quería hablarles, sino de cuestiones algo más personales. El caso es que de un tiempo a esta parte, Berlín y el que suscribe, nos enviamos de cuando en vez correos con literatura incorporada. Yo ya sabía que Berlín, como no podía ser menos, era un gourmet de la escritura, su blog de marca blanca (En la noche, letras que dejan rastro) está enteramente dedicado a la república de las letras, pero lo que no sabía y la mayoría de ustedes tampoco, es que el amigo Berlín también escribe a ratos y lo hace muy bien, cuentos cortos muy personales, muy vividos, a través de los cuales derrama su bonhomía incapaz de alterar el gesto ante el agravio, su cálido afecto por el sexo contrario, que, como a mí, la verdad, parece tratarle muy bien y cierta coña surrealista verdaderamente estimulante. Si el me lo permitiese, que no lo sé, les transcribiría aquí mismo un cuento sobre una puta, un ñapas de burdel y cierta esponjilla vaginal que les haría reír un buen rato, para luego ocuparles al menos el mismo tiempo en reflexionar sobre la miseria global de los mortales. También aquel otro en el que relata sus pseudoencuentros con Mario Vargas Llosa o la historia indescriptible de un sujeto al que trasplantan células madre y en el postoperatorio, para horror de su familia, se dedica a dibujar compulsivamente mierdas y zipotes azules contemplados otrora en un retrete de aeropuerto.
Ah! Sobre las mujeres, él sabe como yo que todas resultan amables y enternecedoras, pero una sola nos parte el corazón y, maldita sea, suele terminar por marcharse con un tipo gris con corbatín dedicado al sector comercial, a los seguros, a la banca, “como Jose dice”, la madre que parió a Jose que no José. Ya, ya sabemos que la culpa es toda nuestra, pero aún así...Vamos y en suma, que o mucho me equivoco o pronto nos será dado conocer de sopetón y a la vez su potente literatura, su nombre y tal vez su rostro. Que así sea y nosotros que lo podamos disfrutar, amén.

martes, mayo 02, 2006

El filósofo y el jardinero colérico



“Hoy, como antaño, el enemigo del hombre está dentro de él. Pero ya no es el mismo: antaño era la ignorancia, hoy es la mentira.” (Jean-François Revel, El conocimiento inútil)

29 de abril de 2006, Jean-François Ricard, luego Ferral, luego Revel, Chez Revel, amante de la gastronomía y del buen vino, hay quien defiende que en difícil dialéctica con cualquier tipo de vino, va camino de las verdes praderas en las que no creía.
Ojala su hijo Matthieu Ricard, monje budista, tenga finalmente razón manteniéndose en su complicada fe tibetana y el viejo filósofo goce de una buena reencarnación la próxima vez. Aquí le echaremos en falta, quedan ya muy pocos como él, un liberal que dignificaba cada día el concepto, desentrañando el engaño, evidenciando la mentira, cuestionando los trajes nuevos del emperador que a cada poco nos presenta con renovado éxito de crítica y público la izquierda irredenta. Mucho les dio que hacer el viejo profesor a los enemigos de la libertad y las sociedades abiertas, primero combatió contra estalinistas y maoístas, luego, tras la caída del muro, contra la irracional persistencia de la izquierda, empeñada en justificar cualquier cosa que se mostrase sólo tangencialmente antioccidental, ya fuese el castrismo, el tercermundismo, el integrismo islámico o los turbios movimientos antisistema. Una actitud valiente rara de ver en un intelectual. Los que así se consideran suelen andar por la vida como pisando huevos y espetando por la boca lo que se espera oír de ellos o lo que ellos creen que el procomún desea escuchar, si no hay ni un ápice de verdad en lo que afirman, da igual, “el arte de “pensar socialista" no consiente que la realidad le fastidie una buena teoría, una buena soflama”, decía Revel, y tenía razón. Tal vez resulte cómodo vivir anclado en la tautología de los lugares comunes, en el hablar de oídas, el hecho es que hay que subsistir trabajando lo menos posible, séase intelectual dispensador de doctrina, liberado sindical, ¿alguien sabe, pasado el día del trabajo, qué demonios hacen cada mañana estos prohombres de la lucha social?, concejal o portavoz de la asociación de diuréticos celulares. Todo con tal de no madrugar.

Revel daba mal en los retratos, es la miseria general de los liberales, ya le pasaba a Raymond Arom, también a Tocqueville, nunca supieron ser encantadores de serpientes ni regaladores de oídos, la realidad resulta a veces poco agradable, sobre todo al indolente. Pero Revel era pertinente, nos recordaba en cada ocasión de donde venimos y como hemos llegado hasta aquí, lo que ha costado acceder a la razón y las luces y el dispendio que supone abandonarse a la tiranía de las religiones laicas. Si occidente descubrió el individuo y toda su admirable potencialidad, hoy impera la imposición de lo colectivo, el agobiante poder totalizador de la maquinaria socialista, empeñada en redimirnos no se sabe de qué esta vez. ¿Será por ventura que una vez uniformado el pensamiento de los súbditos las cúpulas rectoras podrán por fin tumbarse a descansar plácidamente en sus bien provistas villas? Sólo así se explica el momento en que nos hallamos, hoy me han venido al magín, como de rondón, dos imágenes que al bueno de Jean François le hubieran proporcionado buen pasto del que hablar.
La primera, contemplar una vez más que los mejores de nosotros, decía Antonio Gala, no están precisamente en la política. ¿Cuántas veces hemos escuchado a Alfonso Guerra, a Bono, a Ibarra, clamar contra los nacionalismos por totalizadores, privilegiados y excluyentes? Pues bien, a nada que ven que llevan las de perder pliegan velas, echan el cierre a la embocadura y miran para otra parte. Pesa más el cargo, la poltrona y el salario bruneiano que la dignidad ideológica. No valla a ser que el amo Zapatero les de la patada, ¿en qué van a trabajar a estas alturas? ¿De dónde les vendrían entonces las plusvalías? Contemplar a Alfonso Guerra, con “memorias”, en fin, recién publicadas, presidiendo él mismo la comisión de un Estatut que detesta debiera ser suficiente para volverse nihilista y no votar nunca más, en el convencimiento de que, al final, de lo único que cuidan estos tipos es de sus bien saneadas haciendas. Y esto es ya peligroso, porque los socialistas para gobernar precisan el concurso de un nacionalismo más impertinente, más abusivo, más crecido a cada día que pasa. Una forma terrible de aunar el pensamiento único con la mentira étnica y sentimental. Hecho tan desgraciado como evidente que entronca con la segunda de las imágenes.
Ayer al mediodía un simpático locutor de la Televisión de Galicia presentaba como una anécdota chusca el monumental cabreo de un diputado del BNG con el mensaje grabado de un surtidor de gasolinera. Luego, aún sonriente, dio paso a las imágenes de aquel sujeto encaramado al atril de oradores del parlamento gallego. Su actitud me pareció idéntica a la de los diplomáticos fascistas que abuchearon salvajemente a Haile Selassie, el Negus etíope, en la Sociedad de Naciones. Terno carísimo, negro agrisado, mirada dura y mano amenazante en alto. A gritos, aquel desabrido individuo que en la vida civil sólo había alcanzado a ser bachiller o jardinero, no recuerdo en qué categoría de neopolíticos y allegados se encuentra, exponía a la cámara su agravio. Al parecer aquella grabación que le decía, poco más o menos, “Ha elegido gasoleo A” y, al terminar, “gracias por su visita, esperamos verle de nuevo”, se había atrevido a dirigirse a su señoría en “español pijo”, sí en ese idioma franco que hablamos millones de personas y es oficial, a fuer del más común, en lo que todavía es España. Aquel ilustrado individuo no podía entender como en “su” nación gallega, se le hablaba en un idioma distinto al de su lengua nacional, asegurando que “xamais” volvería a poner gasóleo en semejante nido de fascistas, pijos además. Ni por un momento se le ocurrió pensar que, tal vez, por aquella autopista y gracias a las campañas de turismo de su propio gobierno autonómico, pasaba muchísima gente que se apañaba mejor con el español que con el gallego, entendiendo perfectamente, por el contrario, todos los gallegos el idioma oficial de su propio país, o sea, España a día de hoy. Puede parecer, como semejaba parecerle al alegre locutor de la TVG, una simple anécdota, pero no lo es, estamos ante una actitud que preocupa, que amenaza, que señala el camino de la dominación. El nacionalismo toma ahora el relevo totalitario, quiere uniformar nuestras vidas hasta el punto de decirnos en qué idioma debemos hablar, en qué idioma deben aprender nuestros hijos, en qué idioma se nos ha de dirigir la administración y tras esto, que ya ha tomado cuerpo de ley, vendrá en qué nación debemos vivir, a quien debemos leer y en fin, lo que podemos y lo que no podemos pensar y ser. Por eso Jean François, el antiguo profe de instituto que murió un 29 de abril cuando el que suscribe celebraba más bien discretamente su cumpleaños, era tan necesario, porque se atrevía a decir lo que observaba en cada ocasión, sin ambages, sin miedo, usando de su libertad con el coraje y la dignidad que a muchos les falta.