Vasto cementerio donde moran los espectros

“Si Inglaterra tuviese en sus costas un puerto como el de Ferrol, su gobierno lo cubriría con una robusta muralla de plata" (William. Pitt)
Me encanta ir a Ferrol, siempre me ha dado buena suerte, tal vez porque vivo lo suficientemente lejos para no suscitar allí los resquemores habituales en la patria chica de cada quien. El caso es que una vez más voy bien contento a escuchar las conferencias de dos buenos amigos, uno antiguo y otro reciente. El primero es Juan Antonio Rodríguez-Villasante, hasta hace nada Intendente de Ferrol, hoy al frente de la comisión encargada de gestionar el riquísimo patrimonio histórico de la ciudad. Juan Antonio será siempre para mí “el Intendente”, el digno heredero de aquellos honestos ilustrados que levantaron una villa de la nada, un investigador industrioso y sagaz del que he aprendido mucho y del que sigo aprendiendo. El segundo es el Teniente General Luís Alejandre Sintes. Resulta que el general Alejandre y el que suscribe compartimos editorial e inquietudes históricas, en nada publicará en Edhasa un libro que sorprenderá a muchos por su curiosidad y la fina erudición que supone: La guerra de la Cochinchina. Cuando los españoles conquistaron Vietnam. En el cara a cara, Alejandre resulta ser una persona afable y encantadora, se ha leído de un tirón mi Sartine y lo hemos pasado muy bien comentándolo. El caso es que mis dos amigos bordaron sus conferencias sobre las fortificaciones de la ilustración, aprendí mucho como siempre y también, como suele ocurrirme, entre fotos de tenazas, hornabeques, fosos y otras sutilezas de la ingeniería ilustrada, no pude evitar recordar como había comenzado todo aquello.
Corría el año de gracia de 1747, en el real sitio de Aranjuez un ministro permanentemente preocupado atosigaba al rey Fernando VI con cientos de avisos políticos y representaciones por ver de enderezar las cosas del reino. Era don Zenón de Somodevilla, el marqués de la Ensenada, un pantófilo listo y bienintencionado que resumía en sí mismo todas las buenas virtudes de la primera Ilustración. Esta vez don Zenón había reparado en el preocupante abandono en el que vivía la marina del rey, ya por entonces prácticamente inexistente: "es menester confesar que la marina que ha habido hasta aquí, ha sido de apariencia, pues no ha tenido arsenales, que es el fundamento" , sin embargo, decía: "No hay potencia en el mundo que necesite más las fuerzas marítimas que la de España, pues es península, y tiene que guardar los vastísimos dominios de América que le pertenecen; y mientras la España no tiene una marina competente, no será considerada de Francia e Inglaterra, sus émulas más inmediatas”. Como nadie parecía hacerle caso, un año después seguía insistiendo con su conocida y bastante inoportuna machaconería: “Sin marina no puede ser respetada la Monarquía española, conservar el dominio de sus vastos estados, ni florecer esta península, centro y corazón de todo". Al fin, el melancólico rey terminó por ceder y permitió la construcción de nuevos arsenales en Cartagena, Cádiz y Ferrol.
Ferrol era por entonces un pueblo más de pescadores de bajura, felices habitantes de una ría de condiciones inmejorables para albergar una base naval por su profundidad, fácil defensa y seguros aferraderos. Poseía además la ventaja de verse libre del Teredo Navalis, la destructiva broma responsable principal del deterioro de los cascos de madera. Subsistía en la ría un pequeño arsenal en A Graña, por entonces ya prácticamente inactivo y poco más. Fue a partir de este momento cuando se comenzó a construir el gran arsenal y astillero del noroeste peninsular, a tal ritmo que ya en 1751 Ensenada podía escribir orgulloso a su rey: “En la marina no se ha adelantado tanto como V.M. desea, pero no obstante se ha continuado el arsenal de La Carraca y se está trabaxando con la actividad possible en los nuevos de Ferrol y Cartaxena que V. M. ha aprobado y mandado se construyan, no dudando los inteligentes que serán perfectos, porque se ha copiado lo mexor de los de Europa y excluido lo malo de ellos” . Desde entonces y hasta la caída en desgracia del ministro, Ferrol no cesó de construir navíos de línea por docenas, siguiendo los acertados despieces de Jorge Juan, nuestro espía en Londres, convirtiéndose a la vez en la villa más populosa y cosmopolita de Galicia, con más habitantes que Santiago de Compostela, la principal del Reino. Se construyeron barrios enteros con el elegante sentido ortogonal y neoclásico cuyas trazas aún hoy se pueden observar en Esteiro y sobre todo en A Magdalena. Aquel formidable monocultivo industrial impulsado por la monarquía creó una villa próspera de demografía casi californiana que, un mal día, vio truncado su desarrollo por una nueva decisión institucional.
Es sabido que cuando Ricardo Wall pasó a encargarse de los negocios de marina, dejaron de construirse buques en Ferrol, tal vez en un esfuerzo inútil y más bien estúpido de contentar a los amigos ingleses del ministro. Como efecto más visible de aquella decisión, la villa comenzó a languidecer inexorablemente, hasta el punto de que a ojos de sus contemporáneos Ferrol se estaba convirtiendo en humo, en nada: “A partir de 1796, en que se botó al agua el último navío de línea, desapareció el bullicio y la actividad. El Ferrol deja de ser el emporio de un departamento magnífico, asombroso y pasmo de Europa, para trocarse en un espacioso hospital y vasto cementerio donde moran los espectros” decía una representación de principios del siglo XIX dirigida por la ciudad a las Cortes españolas.
Mas tarde vinieron los astilleros civiles, nuevos éxitos y también nuevas crisis. Hoy, una vez más, contemplamos decisiones institucionales que siembran desazón y rabia en la comarca. Es una historia cíclica, parece que a cada paso alguien se empeña en no aprovechar las condiciones físicas y el extraordinario capital humano que atesora la ría ferrolana desde hace dos siglos. Y sin embargo, para quien tenga ojos para ver, decir Ferrol es decir también industria y construcción naval, eso estaba ya bien escrito cuando se formó la ría allá por las primeras regresiones del cuaternario. Hará falta voluntad, trabajo y vergüenza para levantar esto una vez más, que así sea, los ferrolanos no sólo lo necesitan, también se lo merecen.