Un mundo como un árbol desgajado. Una generación desarraigada. Unos hombres sin más destino que apuntalar las ruinas. “La Tierra”, fragmento. Blas de OteroNos cuenta Gunter Grass que fue miembro de las SS en la primera juventud, una noticia ya más bien irrelevante que, seguramente, le servirá al viejo rodaballo para elevar un poco más su modesta contribución al capitalismo que tanto detesta. Como mucho, podría decirse que el premio Nóbel tampoco ha cambiado tanto ideológicamente desde entonces, ya que lleva décadas asociado a las bondades castristas. Así que, en el fondo, lo que le va, lo que parece fascinarle, son las dictaduras.Como a tantos por otra parte, la miseria ideológica teñida de falso igualitarismo resulta ser el pasto ordinario de los santones literarios,
¿Quién no recuerda los sañudos intentos de Sartre por acallar la fina disidencia de Camus? La honestidad consigo mismo del argelino, que definía al comunismo como "una filosofía que sirve para todo, inclusive para convertir a los asesinos en jueces", le acarreó más de un disgusto, unido al general desprecio de la comunidad literaria francesa y eso que, por suerte, no todos supieron ver a la primera lo que quiso enseñarnos con “La Peste”,
tal vez el más brillante alegato que se haya escrito en contra de toda forma de alienación. Si la enfermedad nos mata arbitrariamente, el totalitarismo nos deja inermes frente a la tiranía y la dominación. Como la peste, la dictadura, la imposición ideológica, se acerca a traición, sutilmente, sin ruido, con su plan de horror en una mano y la propaganda en la otra: “las plagas —decía Camus—, en efecto, son una cosa común, pero es difícil creer en las plagas cuando los ve uno caer sobre su cabeza. Ha habido en el mundo tantas pestes como guerras y, sin embargo, pestes y guerras cogen a las gentes siempre desprevenidas”.
He ahí ciertas claves, también el nazismo llegó al poder entre el general despiste de los alemanes que creían que un gobierno fuerte ayudaría a solucionar sus dificultades económicas. Yo no sé si la historia se repite, probablemente no, pero en ocasiones se muestra recurrente. Por ejemplo, cuando una oleada de totalitarismo se cierne sobre una población, ésta no suele caer en la cuenta hasta que la tiene encima y bien encima.
Piénsese en la España fragmentaria de este 2006. La alianza general del gobierno Zapatero con la perenne presión nacionalista, nos precipita hacia la permanente conculcación de nuestros principios constitucionales, de los cuales, la igualdad de los españoles ante la ley (art. 14), no siendo el menor, sino tal vez el principal, es el que sale peor parado. La retahíla de privilegios pseudo medievales que ya acumulan sobre sí las autonomías más reivindicativas, sea mediante cupos, conciertos o estatutos; junto a la imposición idiomática que ejercen con puño de hierro en sus cotos de gobierno, discriminando a unos españoles sobre otros en razón de sus utilidades lingüísticas, nos conduce a un inusitado panorama, plagado de inspectores, normalizadores, sindicalistas y demás burócratas, cuyo fin último en la vida es velar porque los todavía españoles no hablen español en sus territorios o hablen el menos posible.
No será necesario recordar aquí la existencia de las infaustas oficinas de delación catalanas, la denegación de plazas públicas en Euskadi por no acreditar conocimientos de Euskera o el chusco asunto de los iletrados bomberos gallegos. Tal vez sí convenga apuntar que esto sólo puede ir a más, porque nadie parece dispuesto a ponerle coto y el inoperante gobierno Zapatero menos que nadie.
Desde luego no le interesa hacer cumplir la Constitución, muy al contrario, le importa dormirla y hacer olvidar sus contenidos por la directa vía de no aplicarla, sus socios de gobierno, sus horizontes electorales, su misma existencia como gobierno, así se lo exige. ¿Qué le importa a Zapatero si el prepotente Ibarreche dispone en solitario el pabellón que le viene en gana en la comunidad vasca o que por aquellos pagos los perros adiestrados por su burguesía bienpensante del PNV acosen e insulten cotidianamente a los pocos que todavía pregonan sentirse españoles y respetar la Constitución? Le importa nada, menos que nada, hoy por hoy son los nacionalistas quienes le mantienen en el poder, con eso le basta.
Si Albert Camus pudiese hoy contemplar este absurdo panorama, no tendría dificultades en escribir cientos de cuentos alusivos al atraco a la libertad que vivimos. Por ejemplo el cuento de un inspector de educación gallego, con treinta años de servicio, que se levanta por la mañana rascándose el cogote con indiferencia. Hoy habrá de continuar con la tarea que le han impuesto desde la Xunta de Galicia. No se trata de buscar la mejora del misérrimo panorama educativo, muy al contrario, se trata de recordar uno por uno a los profesores de su jurisdicción que deben escribir en gallego los libros de actas de su departamento. Una literatura burocrática y más bien inútil, pero, ¿qué quieren?, así lo dictamina el poder omnímodo del nacionalismo. ¿Incluso han de hacerlo así los profesores de español o los de idiomas extranjeros? Incluso…reza la circular, sin excepciones y todos a la vez.
¿Qué siente esa mala mañana el inspector? Tal vez hastío por la presión del poder, tal vez vergüenza de sí mismo por verse obligado a cumplir tan estúpido cometido, al fin, él es uno más de esa legión de funcionarios que hablan español en la intimidad, esto es, cuando están bien seguros de que no le escucha uno de los muchos quinta columnistas susceptibles de delatarles como malos gallegos: un profesor de lengua gallega, un afiliado del BNG, un sindicalista liberado, un padre, alumno o conserje miembro de un equipo de normalización lingüística, un intelectual apesebrado y generosamente subvencionado, un ahora diletante y aburrido componente de “Nunca Máis”, son tropel los que vigilan con celo la viña del amo nacionalista a cambio de unas monedas, se debe tener cuidado, un mal paso, un mal gesto y se pueden ir al garete treinta años de servicio —piensa—, no es cuestión de liarla al final, ahora que ya se palpa con las yemas de los dedos la jubilación…
En esas estamos, y en esas seguiremos si nada lo remedia. A lo mejor es ya tarde, tenemos la peste encima y su aliento de podredumbre informa ya muchos de los aspectos generales de nuestra vida, esto es lo peor, las leyes generan costumbres y tendemos a acostumbrarnos, como se acostumbraron los alemanes a Hitler o los rusos a Stalin o los cubanos a Fidel. Tal vez, cuando despertemos del hastío y del letargo, veremos que nuestros hijos ni siquiera hablan el mismo idioma que nosotros, ni conocen nuestra historia común, ni les interesa, pertenecen ya a otros, pequeños cuerpos abducidos por una nueva patria mítica, entonces habremos perdido la partida.
Nadie posee recetas contra la opresión y la mentira organizada, contra los adoctrinadores de niños, contra los demagogos de la verdad única distribuida sañudamente desde el poder. Tal vez, como hacía decir Camus a su alter ego el doctor Rieux, solamente nos queda la honestidad: “Es preciso que le haga comprender que aquí no se trata de heroísmo. Se trata solamente de honestidad. Es una idea que puede que le haga reír, pero el único medio de luchar contra la peste es la honestidad”.